Hábito recurrente el querer jubilar a las leyendas de cada rubro, el exigir su abdicación bajo pretexto de que sólo sin llegar a la decrepitud honrarán tan brillante legado. Si pasa con cineastas, actores, escritores, ninguna extrañeza ha de suscitar que suceda en el deporte.

                  Roger Federer, el tenista más laureado de todos los tiempos, ha escuchado varias veces y por varios años la misma crítica que, disfrazada de admiración y partiendo de especular lo que en teoría más conviene al raquetista suizo, le sugiere encarecidamente que se retire.

 

De momento ocupa la posición 6 de la clasificación ATP, un hito en tan longeva carrera pero poquísima cosa si se considera que ha sido el número 1 por más de 300 semanas, incluidas 237 consecutivas entre 2004 y 2008. Al tiempo, ha abierto el año alcanzando de nuevo una semifinal de Grand Slam tras consecutivas exhibiciones de poderío en contra de Jo-Wilfried Tsonga y Andy Murray (aunque para algunos no es para tanto porque ha sido semifinalista en el Abierto de Australia durante ¡once años consecutivos!, precisamente por eso SÍ es para tanto, para tantísimo).

 

La realidad es que si el de Basilea sigue ahí, es básicamente porque quiere, porque cree que todavía puede y, sobre todo, porque no se ha saciado. Diecisiete Grand Slams conquistados no parecen suficientes como para satisfacer a este portento que nació para jugar tenis como si bailara ballet agarrado de una raqueta.

 

2013 ha sido su peor año desde 2002. Tras un 2012 en el que volvió a ser rey del mundo, experimentó prematuras eliminaciones en Roland Garros, Wimbledon y US Open, actuaciones indignas de su genio, muestras (finalmente) de que detrás de esa máquina de ganar sets y desmoralizar al rival con la perfección propia, existe un ser humano. Mientras un desconocido, raqueta 116 del mundo, lo eliminaba sobre el césped londinense en plena segunda ronda de Wimbledon, la palabra retiro rebotaba de encabezado en encabezado. Era su peor actuación en una década y Roger respondía sereno, autocrítico.

 

No obstante, unos días después quedó fuera del torneo de Gstad en el partido debut y su discurso pareció radicalizarse: “Si las victorias no llegan, será momento de hacer otras cosas. Estar en el circuito no es suficiente para mí”. Precisamente porque no les es suficiente, el suizo demostró que si se va, no será cabizbajo y nostálgico de mejores tiempos, sino acelerando a fondo. En diciembre anunció que contrataba como entrenador al ex tenista sueco Stefan Edberg. ¿Por qué un cambio a estas alturas? Porque quiere más, porque no se ha conformado, porque no se visualiza fuera de las épicas noches de rompimientos y servicios as, de boleas y estrategias, de velocidad y musculosa precisión.

 

El preámbulo a este 2014 fueron palabras tan sólidas como sus contestaciones al saque rival: admitió que esperaba un 2013 difícil tras haber decidido en 2012 apretar su agenda para llegar en plenitud a Olímpicos, y que se sentía seguro de volver a ser favorito en varios torneos.

 

En Australia, sus momios crecen, aunque en el horizonte espera su némesis, Rafael Nadal, quien lo tiene sometido en su apasionante y dilatado historial de choques: 22 para el español y 10 para el suizo, mas una declaración de Rafa que resume en qué consiste la vida y no sólo el deporte: “toda mi carrera he tenido enfrente a un jugador mejor que yo y eso me permite aprender”.

 

Nadal podrá imponerse en Australia. Federer podrá quedarse en semifinales. Muchas cosas podrán suceder, pero algo está claro: no es que Roger esté de regreso; es que nunca se ha ido.

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