Suele considerársele veterano por la sencilla razón de que, desde el Mundial de Francia 98, se ha estado escuchando su nombre y admirando sus gestas goleadoras, aunque apenas pase de los 32 años.

                  Por entonces brillaban en el firmamento mundial del gol futbolistas que cada vez nos parecen más distantes, nos quedan más lejos: Gabriel Batistuta, Ronaldo el brasileño, Zinedine Zidane, Dennis Bergkamp, Davor Suker, Juergen Klinsmann, Christian Vieri, Michael Laudrup. Y, entre todos ellos, dos adolescentes que se apuntaban como propietarios del futuro: el camerunés Samuel Eto’o con diecisiete años y tres meses, y el inglés Michael Owen con dieciocho años y medio.

 

Pocos hubieran podido predecir, sin embargo, que de ellos dos el más exitoso y longevo sería el africano. Owen, con un torneo rutilante, jamás alcanzaría su mejor versión, víctima permanente de lesiones. En tanto, Eto’o llevaría una de las carreras más saturadas de distinciones que se hayan visto.

 

Un par de años antes de ese Mundial, el Real Madrid lo había detectado y fichado. Historia que empezó mal y terminó peor, según me explicaría él mismo cuando compartimos transmisiones durante Alemania 2006. Sucedió que al aterrizar y poner por primera vez los pies en suelo europeo, no había nadie en el aeropuerto de Barajas esperando al quinceañero Samu. Solo, sin dinero, con hambre, ignorante del idioma y sin ropa adecuada para un invierno que jamás había experimentado en Camerún, horas más tarde pidió ayuda al primer hombre negro que vio en la terminal de llegadas (rasgo común del África subsahariana: apoyarse como familia aun entre desconocidos). Ese individuo lo subió al transporte público y depositó en las instalaciones del Madrid. Mientras Eto’o me contaba esa historia en Berlín, su pequeño hijo interrumpía y le decía con el más ibérico acento: “Papá, ¿nosotros somos del Madrid?”, a lo que el entonces goleador barcelonista respondía escandalizado: “¡Que nadie te escuche decir eso!… ¡Barça, hijo! O si quieres Mallorca”.

 

El asunto es que estuvo en la recámara del Madrid de los galácticos, pero apenas jugó seis partidos en varios años. Iba a préstamos (al Leganés, al Espanyol), volvía a los merengues donde levantaba trofeos sin disputar minutos. Así, fue al Mallorca y se convirtió en uno de los mejores futbolistas del mundo. Era 2004 y la directiva merengue se hallaba en una encrucijada: Eto’o no tenía sitio al estar agotadas las plazas de extranjeros, mas si aguardaba un año más en Mallorca podría regresar toda vez que pronto Roberto Carlos recibiría pasaporte español, liberando un espacio. Samuel no estaba dispuesto a esperar y lanzó el dardo más venenoso: quería irse al Barça. La diplomacia merengue fracasó y el niño de Francia 98 ganó el desafío.

 

Desde entonces, todo: con el Barcelona, tres ligas, dos Champions, una Copa del Rey, dos supercopas españolas; con el Inter, otra liga, otra Champions, dos copas italianas, un Mundial de clubes. Para más dolor, cada que jugaba contra el Madrid clavaba gol (y en algún festejo blaugrana, gritó con micrófono en mano: “¡Madrid, cabrón, saluda al campeón!”).

 

En 2011, en pleno pináculo de su carrera, tomó una sorprendente decisión: aceptó la oferta del Anzhi Majachkala ruso, con lo que se convirtió en el futbolista mejor pagado del planeta. Una vez desplomado ese millonario y fallido proyecto del oligarca Suleyman Kerimov y cuando parecía no tener más hambre futbolística, Samu ha regresado a Europa y lo ha hecho con el Chelsea.

 

Ahora, con treintaidós años y próximo a jugar su cuarta Copa del Mundo (a Alemania 2006 su selección no calificó), el león demuestra que sigue siendo indomable tras haber anotado tres tantos al United.

 

Un león que a simple vista parece longevo, ya que dejó de ser de cachorro demasiado pronto. Un león competitivo e insaciable al que enfrentará México en Brasil 2014.

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