En los viejos tiempos del “Hecho en México” nació la costumbre de vincular el terreno con el orgullo. Frente al mundo, la Doctrina Estrada se convirtió también en un orgullo inigualable: el mundo no existe porque sólo existe México, o si se prefiere, todo lo hecho en México es superior a lo que se fabrica en el mundo. Lo anterior podría parecer una lectura caricaturesca de la Doctrina Estrada, pero las derivaciones transculturales de la actualidad obligan a hacerlo. La visión maquiavélica de la doctrina nació bajo la idea de que el mejor escenario es que México no sea metiche y no se meta en problemas de otros países para que el mundo entero no se meta en los problemas de México. Así funcionamos con nuestro vecino Cuba. Desde la política, el mejor ángulo para leer a la demografía popular es el de la emoción.

 

El traje de etiqueta de la Doctrina Estrada tenía que ser emotivo, estéticamente enloquecedor y híper popular. En efecto, el futbol como vaso comunicante (la Hora Nacional) y como ejército pacífico (Mundial).

 

El storytelling mejor contado fue el del equipo de futbol Guadalajara (hoy, únicamente se le puede llamar Chivas gracias a los registros que firmó Jorge Vergara). Pues bien, el Guadalajara se convirtió en un alimento alto en proteínas de orgullo. Los ya común iletrados del micrófono futbolero rezaban todos los domingos un ave al nacionalismo mexicano: “qué orgullo del equipo Guadalajara; no necesita de jugadores extranjeros”. El Guadalajara representó el sustituto perfecto de la selección nacional. Apoyar a México tenía el mismo significado que el apoyar a las Chivas. El campeonísimo jugaba cada semana el título por el orgullo de ser mexicano.

 

El tiempo ya rebasó a las Chivas que desde el sótano de la tabla observan pasar ráfagas de balones procedentes de los estadios del Bayer, Manchester United y Barcelona, entre otras. Sólo el fanatismo mantiene de pie a la liga mexicana. De no existir, su cotización saldría de los mercados accionarios de goles.

 

Pero todos contentos con la Doctrina Estrada. El problema es que más allá de la doctrina se encuentra el fenómeno transcultural que mueve a la globalización. La enorme cantidad de tratados de libre comercio que unen a los mercados, la expansión de China, la conformación de regiones monetarias comunes como la Unión Europea, y el tejido cultural de las industrias culturales como la de las series de televisión, Apple y Samsung, proyectan lo que muchos investigadores vieron desde el siglo pasado: que jóvenes chinos protesten en contra de Estados Unidos pero con iPad en la mano o con la camiseta de algún equipo de la NBA. La sociología diversificada del odio, amor, política y cultura en un solo individuo, lo común en las calles del mundo.

 

El alcohol, gracias al mundo Mad Men, se convirtió en un producto cultural. Si el tequila es a mariachi, y mariachi lo es frente a México, entonces tequila es 100% mexicano. Eso sucedió en el siglo pasado. Hoy, la propiedad del tequila es transcultural como lo es un portafolio de acciones provenientes de diversas manos cuyo origen es multinacional.

 

El tequila fue otro de los embajadores (junto con Chivas) de México. La cerveza ligera encontró un nicho importante en el mercado europeo y los anuncios de Corona, de manera exitosa, llevaban la música de mariachi a los iconos internacionales.

 

Ahora la identidad se regionaliza. Por ejemplo, el grupo británico Diageo acude al rapero Sean Diddy Combs para armonizar la compra del tequila DeLeón. Un tequila que se vende en Estados Unidos a precios que oscilan entre los 120 y mil dólares, es decir, entre los mil 500 y los 13 mil pesos. Su envase podría confundirse entre los aparadores de la sección de lociones de Macy´s, es decir, rara para una mente mexicana. En realidad, sus principales bebedores son personas relacionadas con las industrias de Hollywood y de la música. ¿Rasgo mexicano? Uno de los directivos de DeLeón define al tequila como “Una gran marca y atrae a quienes les gusta el tequila excepcional en una botella original” (El Mundo, 15 de enero).

 

Mientras que los políticos mexicanos apelan a la Doctrina Estrada, el mundo ya no es mundo. Es un conglomerado transcultural donde el mejor futbol del mundo se juega en Inglaterra, cuyos integrantes de sus equipos se conforman de la siguiente manera: 70% extranjeros, 30% británicos.

 

¡Arriba la Chivas!