La corrupción de la FIFA se proyecta en Qatar, industria de petrodólares, franquicias museísticas, hoteles semióticamente imposibles y espacios antideportivos, al menos al aire libre.

 

Diciembre, quizá, un frío colérico de 25 grados permitiría la celebración de cascaritas. Esa fue la idea que reposó en el continente mental de Jérôme Valcke, secretario general de la FIFA, mano derecha de Joseph Blatter, al confesar un deseo futbolísticamente incorrecto: “El Mundial 2022 no se celebrará en junio o julio. Creo que se jugará  entre el 15 de noviembre y el 15 de enero a más tardar”. Julio Grondona, uno de los dictadores que conforma la junta de Gobierno expresó su decepción por el pensamiento maldito de Jérôme: “Estoy muy sorpendido. No sé si Jérôme estaba expresando una opinión personal, pero puedo confirmar que el Comité Ejecutivo de la FIFA (es decir, la junta de Gobierno), no ha tomado una decisión” (El Mundo, 9 de enero).  Grondona tiene razón, en un régimen dictatorial, el control de la información es absoluto, y convierte en súbditos a quienes la desean. A la velocidad de un tuit, la FIFA negó el deseo de Valcke. Nadie dijo nada y lo mejor será hablar sobre el tema al finalizar el Mundial de Brasil. Mucho ojo con Jérôme. No hay que olvidar que nuestro conocido hombre de bota dura, Jack Warner, filtró un correo electrónico de Valcke que, a la letra decía: “Bin Hammam pensó que es posible comprar la FIFA como ellos compraron el Mundial”. ¡Auch! Hammam, catarí tuvo que dimitir en diciembre de 2012 al más alto cargo de la FIFA en Asia (AFC). Nuestro concacafeño Warner asegura que Hammam compró votos para que el Mundial lo organice Qatar en 2022. En efecto, y como lo pide la junta de Gobierno, lo mejor es olvidar el tema para concentrarse en Brasil 2014.

 

 

Evento after hours

 

Un Mundial de futbol representa el ascenso de un Gobierno meta global, el del balón. Pero un Mundial en Brasil es 90+after hours porque los habitantes de la Tierra nunca quieren que termine la fiesta.

 

Si la asociación de ideas es articulada por la racionalidad que aporta la historia, encontramos que a Grecia se la aplaude por su contribución a la filosofía y a Brasil por convertir al futbol en una fiesta interminable. Azarosamente, entre Grecia y Brasil se reconfigura un silogismo trágico: el Maracanazo de 1950.

 

La geografía del caos se extrapola a la cancha de futbol. Uruguay, cuya extensión territorial cabe 48 veces en Brasil, generó en aquella ocasión, un estado de ánimo imposible de ver en las playas de Río de Janeiro: la decepción existencialista. La creencia que Brasil ganaría la Copa Mundial se diluyó en los pies de Juan Alberto Schiaffino y Alcides Ghiggia, autores de los goles con los que Uruguay derrotó a Brasil 2-1, en el partido definitorio.

 

Ahora, en 2014, en el after hours brasileño existen, por lo menos dos figuras emblemáticas; una surge del cómic de Marvel, y la otra ya forma parte de la constelación Messi: Neymar.

 

Givanildo Vieira de Souza pocos lo conocen. Pero su transfiguración a la Marvel le aporta una identidad de superhéroe: es Hulk. Su camiseta del FC Zenit Saint Petersburg así lo indica. Si Hollywood nos ha acostumbrado a industrializar sueños cinematográficos, Brasil lo ha hecho con héroes animados por el futbol. Hulk aspira a convertirse en el Ribery brasileño: símbolo del sí se puede. El de Neymar, es el símbolo de la rareza. Su cotización contractual es tan vulnerable como las acciones que sufrieron el yugo del crack de 1929. La fortuna de Neymar, en el Barcelona, es que la messidependencia es un seguro contra críticas mediáticas comprado por todos los jugadores del Barcelona.

 

Sesenta y tres años después del maracanazo, Brasil está intranquilo pero feliz porque será anfitrión de la sede del Gobierno meta global. Intranquilo por al menos dos sucesos: el Juicio del Siglo llegó a la sala de estar del expresidente Lula, el reformador del último cuarto de siglo en Brasil, y segundo, las protestas que no han desaparecido desde la celebración de la Copa Confederaciones, el año pasado. Si Uruguay pasó como un meteorito fatal sobre la catedral del Maracaná, las manifestaciones revelan que la laicidad en la capital de futbol, se extiende. Cercar las catedrales mundialistas no es un juego. Es el jugo futbolero el que tendrá que poner, lo que para Carlos Fuentes era su palabra favorita: atención.