Acaso el más recalcitrante tabú del futbol ha sido desafiado por un futbolista alemán: admitirse públicamente como homosexual.

                Thomas Hitzlsperger, ex seleccionado teutón y gran figura del Stuttgart campeón del 2007 (en el que jugaban los mexicanos Pavel Pardo y Ricardo Osorio), se atrevió a algo a lo que muy pocos personajes vinculados al deporte de contacto se han atrevido.

                El que decidiera esperar al retiro para lanzar esta serie de declaraciones, es por demás sintomático. De otra forma su vida en el contexto futbolero hubiera sido insoportable: comentarios, burlas, cantos de la grada rival, homofobia entre los propios compañeros, críticas a su desempeño con base en prejuicios y estereotipos… Pero finalmente lo ha hecho bajo palabras que hacen mucho sentido: “Hablo de mi homosexualidad porque quiero impulsar la discusión sobre el tema en el deporte profesional”.

 

Tema por demás complicado y que me remite de inmediato al caso de Justin Fashanu, único jugador en la historia del futbol inglés que osó dar el mismo paso, aunque la presión padecida terminó por llevarlo al suicidio.

 

Entrevisté en Londres a la sobrina de Justin, joven que había hecho a un lado su carrera en el modelaje para realizar un documental sobre lo padecido por su tío. Amal Fashanu, hija de otro ex jugador, se refería a la incomodidad que había hallado entre futbolistas de diferentes categorías al sólo ser cuestionados sobre la existencia de homosexuales en el futbol, aunque también profundizaba en lo que se grita en un estadio (ya se sabe: bajo pretexto de desestabilizar al rival o el derecho de quien paga un boleto, a todo –o casi– se le da el vergonzoso prisma de validez).

 

“Él tuvo el coraje de salir, de decir cómo era, cómo se sentía, ser honesto consigo mismo”, relataba Amal con semblante triste. “Le trataron muy mal, incluso me da pena decirlo, mi padre no le trató muy bien… Después de que Justin salió y dijo que él era gay, mi padre salió en una entrevista y dijo algunas cosas que no era apropiado de un hermano decir… Mi padre siendo macho y jugando donde jugaba entonces no quería asociarse en eso”.

 

De todo lo que conversé con Amal Fashanu en aquel pub londinense, recuerdo en particular unas palabras que, me temo, perseguirán a Hitzlsperger: “Ahora me da pena porque ni siquiera le recuerdan como un gran futbolista, le recuerdan como el gay que se suicidó… La gente se olvida, porque le ponen el tema de gay y se olvidan de lo que fue y el talento que tuvo”.

 

En el planeta de las etiquetas, pocas más pesadas que la de ser homosexual en un  mundo de machos (término por demás relativo en el futbol, pues las bromas –y no bromas– en los vestidores, en ocasiones llegan al comportamiento homosexual).

 

Salir del closet o no, es un derecho. Respetar a quien lo hace, una obligación. Sin embargo, ¿quién se va a atrever a efectuarlo bajo este contexto?

 

La respuesta es que casi nadie. La respuesta es que las escasas excepciones bien harán en esperarse, como Thomas Hitzlsperger, al retiro.

 

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