Sobre lo ocurrido en los pocos metros cuadrados que medía un cubículo especial para el Consejo de Alumnos del ITAM, junto a la librería, se puede escribir un libro de memorias. A pocos metros del famoso Partenón, la cafetería: centro lúdico de conversaciones y sendos enfrentamientos de dominó. Es 1990 y los entusiastas estudiantes Luis Miguel Montaño, Luis Videgaray, José Antonio Meade, José Yunes y Guillermo Solomon tienen la encomienda de elegir, entre ellos, al candidato para contender por la presidencia del Consejo de Alumnos.

En efecto, 23 años atrás la coalición entre Luis Videgaray y José Antonio Meade se fortaleció aquella mañana en la que Yunes y Solomon eligieron a Montaño como el candidato de la fórmula progresista. Entre estrategas se sabe que el futuro es estrategia.

Los vientos estudiantiles que cruzaban por el Partenón eran frescos. Jaime Gutiérrez dejaba el cargo con importante inercia de éxitos. Al Gobierno de Montaño se le fueron sumando activos políticos importantes: Ernesto Cordero, fundamental; Andrés Conesa ya planeaba (hoy director de Aeroméxico) y Francisco González se hacía de una gran imagen (hoy, director de ProMéxico).

 

De los planes transgubernamentales, Virgilo Andrade y Abraham Zamora conocían el tema. Ambos recorrían el Partenón en 1988 para generar un vuelco generacional. Un punto temporal toral para comprender lo que se gestó por aquellos años. Un auditorio Raúl Bailleres saturado, recibía a los candidatos presidenciales.

 

La euforia política incontrolable cruzó el siglo.

 

Veintitrés años después, el pequeño cubículo en el que los jóvenes se imaginaban protagonistas del cambio ya no existe. Una nueva librería puso punto final a aquella postal juvenil. El Partenón también cambió. Rodeado de ornamentos estéticos modernos, perdió la fuerza que tanto motivó a los estudiantes a intercambiar debates y sueños.

 

Meade, Cordero y Videgaray se han convertido en un referente generacional.

 

Meade ha logrado, en trece meses, obtener un punto de inflexión en la política exterior del país; más geocéntrico, la nación diversifica sus relaciones y potencia los temas comerciales. Ayer, durante su discurso inaugural del encuentro en embajadores y cónsules, Meade comentó: “(…) todo ello constituye la base para la actividad internacional de México como un actor global relevante, comprometido con la paz y el desarrollo internacionales, y con su propio bienestar como nación”. Puede resultar nimia la anécdota, pero que en la narrativa se incluya una visión global del país, es un paso cualitativamente importante para convertirse en hito.

 

Un diplomático que no sea interdisciplinario, no es diplomático. En diciembre de 2012, cuando busqué a Virgilio Andrade para escuchar su opinión sobre algunos políticos, sobre José Antonio Meade me comentó que era una especie rara en la política: “se lleva con políticos de todos los partidos políticos”, me dijo Virgilio. No era sorpresa. Unas horas antes de las elecciones de 2006, José Antonio Meade convocó a su casa a un grupo disímbolo para escucharlos. Las dos anécdotas son clara muestra de dos voluntades inherentes a Meade: escuchar y tolerar ideologías divergentes.

 

Cuatro años después de aquella famosa reunión entre Videgaray, Yunes, Solomon, Montaño y Meade, en México se comenzó a escuchar el nombre del Tratado de Libre Comercio con América del Norte. EL etnocentrismo ramplón se fisuró. El mundo existía. El nacionalismo nos mantenía sonámbulos. Veinte años después, y desde Relaciones Exteriores, se escucha con normalidad Mikta (Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia), Alianza del Pacífico, China, Francia, y un largo etcétera. No es casualidad porque la diplomacia es interdisciplinaria.

 

Entre el poder duro y el blando se encuentra el inteligente. Aquél que diversifica relaciones porque sabe, como financiero, que todos los huevos nunca se ponen en la misma canasta, o si se prefiere, evaluar el costo de oportunidad es una de las actividades vitales entre los economistas.

 

En efecto, Meade, el multidiplomático.