Tenía que haberse dejado ese escritorio tal como lucía en aquella Serie Mundial del 2009. Tenía que haberse dejado así, desordenado, retacado de papeles amarillentos y descarapelados, caótico, como pieza para abrir el museo de la crónica deportiva.

Don Pedro Septién ya había transmitido más de cincuenta Series Mundiales, pero estaba ahí, emocionado como si debutara al aire, desplazando esos largos dedos coronados por canas por doquier, entre viejísimos box-scores y derruidas anotaciones.

 

Simpático, carismático, abierto a conversar con quien quisiera (y con quien no), antes de que pudiera saludarlo me dijo con su inconfundible voz de tesitura entre radiofónica y cinematográfica:

 

-Tienes que decirlo en la tele, chavo… Tú que estás ahí y hablas de futbol, tienes que decirlo… Asimila este dato… Comparados con el “Pirata” Fuente, estos hacen el ridículo… ¿Sabes cómo era la pelota de cuero? ¿Sabes lo que costaba meterle fuerza? ¿Sabes la de patadas que les ponían? ¡Y no lloraban, chavo!

 

Antes de que lograra balbucear una respuesta, ya me había jalado de la manga y me señalaba algo en el monitor: si el bateador que venía, si la posición de la novena en defensa, si cualquier circunstancia que en ese instante hacía volar a su memoria de hemeroteca a otro episodio en la historia del béisbol.

 

Bastaba con que le formulara una pregunta para que alzara su pesado portafolios y extrajera otro block de papeles amarrados por una liga. Lo lógico entre tanto papelerío era que no apareciera lo que buscaba, pero al cabo de un par de minutos, en los que movía sus manos como prestidigitador, sonreía a boca muy abierta y exclamaba.

 

-Te digo, chavo… ¡Mira que pelota tiró Sandy Koufax en 1965!

 

Entonces ladeaba entusiasmado la cabeza, cerraba el puño, y no sólo lo volvía a vivir, sino que concedía a todo el estudio el privilegio de sentir ese mágico instante como si sucediera en el presente. Lo único que parecía quieto entre el frenesí de sus exclamaciones, era ese nudo de corbata siempre cabal y hasta arriba.

 

Inigualable cronista. Amante del idioma y con un vastísimo vocabulario. Creativo. De voz impecable. A la sazón tenía más de noventa años y su lucidez resultaba insultante.

 

En algún momento, cuando los papeles, las libretas, las ligas, los box-scores formaban montañas que en cualquier momento se desmoronarían, alguien le preguntó:

 

-¿Y quién fue mejor, don Pedro: Babe Ruth o Ty Cobb?

 

No tardó en cerrar la pregunta, cuando el Mago clamó a los cielos:

 

-¡Llévenselo! ¡No puedo así! ¿Cómo quieres hablar conmigo si me preguntas eso? ¿Qué pasó, chavo?

 

A continuación describió con belleza tanto a Ruth como a Cobb, sus hazañas, su poderío, su versatilidad, sus personalidades, y nos dejó a todos con la duda respecto a la razón de su enfado. Sobra decirlo, nadie se atrevió a pedirle aclarara su preferencia entre los dos titanes; mucho menos, el motivo del regaño al compañero que ya se había colado de vuelta para seguir escuchando lo que nos decía esta leyenda (o dueño) del micrófono.

 

Su legado puede resumirse en esta frase: “Matemática oscura, brillante ballet… Eso es el beisbol”: cultura, ingenio, manejo del lenguaje, precisión quirúrgica en sus apreciaciones, pasión por el deporte (también, por ejemplo, el boxeo), respeto a este oficio en su máxima expresión, inventiva, estilo propio (y único), capacidad para cautivar a la audiencia.

 

En paz descanse don Pedro Septién. En paz descansen, con él, los más grandes peloteros, resucitados cada que su clarividencia de mago los hacía volver a correr bases, y volver a lanzar a home, y volver a volar la pelota. En paz descanse ese escritorio que tenía que haberse quedado tal cual. Así en su caos. Para la posteridad. Para lograr entender. Para honrar a esta profesión.

 

 

 

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