“No todos los cuentos de hadas terminan bien”. Esas fueron las palabras con las que Antonio Mohamed se despidió del Huracán, el equipo que calienta su corazón futbolero en Argentina, militante de la Segunda División y con el cual fracasó en su intento por ascenderlo a la máxima categoría. Lo intentó luego de dirigir a Xolos de Tijuana en México, a los que encumbró al campeonato del Apertura 2012. Y lo hizo a pesar de que tenía ofertas con muy buena plata de por medio para dirigir, mucho mejor pagado que lo que Huracán le podía ofrecer.

 

Pero el Turco eligió guiado por esa tripa que, desde pequeños, nos hace rojos, amarillos, verdes o como en su caso “quemero” por irle a Huracán.

 

Lo torcido, es que perdió siete de 10 partidos, lo destacable, que no lo echaron. Por el contrario, Alejandro Nadur, presidente del club argentino le pedía quedarse, pero la vergüenza pudo más y Mohamed pidió que trajeran a alguien que sacara del hoyo a su amor.

 

Constane lo de Nadur para con Mohamed. Sucedió cuando dirigía a Xolos, la directiva le extendía contrato, le suplicaba por seis meses más, pero al Turco la lejanía de la familia le decía que tenía que regresar a casa, sin descontar el compromiso moral que sentía con Huracán por devolverlo a Primera.

 

Mohamed dijo que requería un año con su familia, pero casi seis meses después está de vuelta en México. Sentado donde el Piojo le devolvió grandeza al águila amarilla. No es nuevo en Coapa, en 1998 Mohamed ya se había enfundado la playera azulcrema bajo la dirección de Carlos Reinoso para jugar la Copa Libertadores donde los eliminó River Plate.

 

“Cuando uno está en América se da cuenta lo grande que es. Yo lo dije cuando fui rival, dije que era el más grande de todos y hoy me toca estar acá”, dijo ahora que está de vuelta.

 

Sonrisa tatuada, pulgares arriba y la foto junto a la estatua del águila. Mohamed, nuevo técnico americanista, posó con la playera que le extendió Ricardo Peláez, todavía presidente deportivo, y deja que sus ojos se iluminen.

 

Dice tener motivos, “no es normal que uno llegue a un equipo que fue superlíder, campeón y subcampeón, eso me pone más orgulloso, algo tuve que haber hecho bien y ahora la vara está muy alta, pero bienvenido sea el reto”.

 

Su currículum le avala. No por nada hizo campeón no sólo a Xolos en 2012, sino también a Independiente en la Copa Sudamericana en 2010, pero con todo y lo anterior, el reto americanista lo pone por encima.

 

“Me ha tocado dirigir a Independiente, ser campeón, pero esto es mucho más y me he preparado mucho para ello”. No lo dice por quedar bien, “cuando uno es contrario, es antiamericanista, pero hoy que me pongo esta playera voy a defenderla a muerte”.

 

Mohamed no es más ese chico rebelde que volvía locos a sus entrenadores, de hecho, el único que lo pudo semicontrolar fue Enrique Meza en su etapa con Toros Neza, y mucho porque dejaba al Turco hacer y deshacer, “ya no soy ese pibe rebelde, soy una persona mucho más madura”.

 

Sabe que se sienta en un polvorín del que se esperan triunfos y títulos, pero no se vuelve loco. “Miguel es un amigo, tiene muy merecido llegar a la selección. Hizo un gran trabajo aquí y remplazarlo es una tarea complicada”.

 

Eso sí, no augura muchos cambios, “el equipo juega como a mí me gusta, con línea de cinco. Cuando las cosas están bien no hay que moverle demasiado”.

 

Opciones de trabajo tuvo algunas, dice, “pero al América es difícil decirle que no, al menos como técnico”, dice, porque Mohamed, sí lo hizo alguna vez como jugador.

 

Hoy al Turco se le ve feliz, con sonrisa tatuada y pulgares arriba. Es el elegido para mantener el vuelo del águila: un cuento de hadas, aunque según sus palabras, estos cuentos no siempre terminen bien.

 

Herrera y Mohamed, historias de Neza

 

Antonio Mohamed y Miguel Herrera formaron parte de ese Toros Neza que revolucionó el final de la década de los 90. Bajos. Bajo el mando de Enrique Meza, el equipo que tuvo la osadía de salir en un partido ante el León en 1996 con máscaras de monstruos, incluida la del ex presidente Carlos Salinas, llegó a una final que perdió estrepitosamente en el Verano de 1997 ante Chivas.

 

Era un equipo que daba gusto ver. Giraba mediáticamente en torno a Mohamed, un ídolo en Ciudad Nezahualcóyotl, al que reconocían su generosidad y a quien apodaban cariñosamente Mojamón.

 

Miguel Herrera formaba parte de ese equipo, fue titular en 19 juegos e incluso en la final pero no llamaba la atención. Recaló en ese equipo después de vivir sus mejores años en el Atlante. Cuando terminó ese torneo con la barrida de las Chivas con un global de 7-2, Herrera pidió un aumento de sueldo y terminó en el draft de Acapulco.

 

Nadie lo contrató y se quedó un semestre sin jugar. Entrevistado en el Puerto tras saber su destino, se quejó duramente de su directiva y del sistema de transferencias. Incluso, en el arranque de coraje, lanzó dardos envenenados a Mohamed, la estrella del equipo que lo despreció.

 

Seis meses después debió regresar humillado y jugó de nuevo el Toros Neza dos años, antes de volver al Atlante para terminar ahí su carrera.

 

Esa es la historia común que une al que fue y al que es ahora el técnico del equipo más odiado de México.