Solíamos jactarnos respecto al nivel de la liga mexicana de futbol, el cual incluso ubicábamos por encima del de la selección nacional a menudo entre los dieciséis mejores de cada Mundial.

                  De hecho, algunos índices que clasifican por poderío a los diversos certámenes domésticos del mundo, coinciden muchas veces en colocar a nuestro torneo liguero entre los mejores diez del planeta: España, Italia, Inglaterra, Alemania, Francia, Argentina y Brasil, obviamente están por delante; Holanda y Portugal, con menor distancia, también.

 

Sin embargo, en el evento propicio para demostrarlo, no sólo no se consigue, sino que continuamente se fracasa de manera rotunda.

 

Otro Mundial de clubes se ha ido al traste para México, con el Monterrey ya sólo aspirando al quinto puesto tras haber caído a manos del club marroquí Raja de Casablanca.

 

Nuestro país ostenta el récord de participaciones, con presencia en nueve de los diez eventos hasta ahora organizados, pero nunca más allá de la ronda semifinal y eso apenas en la mitad de los casos.

 

Se entiende la obvia superioridad del vigente ganador de la Champions League y no tanto del de la Copa Libertadores, donde los representantes mexicanos demuestran año con año estar a la altura del a la postre campeón sudamericano. No obstante, perder tan seguido contra clubes africanos o asiáticos luce ridículo. ¿Es ése el verdadero nivel de nuestro futbol? Del de Concacaf, sí; del de México, país propietario abrumador del cetro de la Concachampions, no quiero creerlo.

 

Cada Mundial de clubes tengo la sensación de que nuestra liga no es representada por quien estaba más fuerte en ese momento. Nadie duda que América, León o Santos hubieran tenido hoy más argumentos que el undécimo clasificado del Apertura 2013, como lo fue Monterrey, para brillar en ese escaparate. Lo mismo he sentido en muchos de los fracasos del Pachuca o, en su momento, de América o Atlante.

 

Rayados ha marcado sin duda la última década en nuestro futbol: grandes contrataciones, gran desempeño, gran regularidad, grandes proyectos coronados por títulos, mas hoy, en transición posterior a la era Víctor Manuel Vucetich, no es así: viene de un año con escasas doce victorias en 34 partidos de liga.

 

Esto no es culpa del Monterrey, con todo merecimiento campeón de las últimas tres ConcaChampions. Sucede, ni más ni menos, que al mes de diciembre no ha llegado la mejor versión de esta escuadra.

 

El anfitrión Raja de Casablanca acabó en cuartos de final con el sueño rayado, así como dos años atrás el también representante del país sede, el japonés Kashiwa Reysol, lo venció. Caer ante rivales de África o Asia es circunstancia a la que la liga mexicana ya se ha acostumbrado: en el 2010 el Mazembe congolés echó fuera al Pachuca en cuartos, en el 2009 el Atlante perdió el tercer sitio contra el Seongnam sudcoreano, en el 2008 el Pachuca sucumbió frente al Gamba Osaka japonés, en el 2007 los mismos Tuzos se atoraron en cuartos frente al Etoile tunecino, y en el 2006 el América perdió el bronce con el Ahly egipcio.

 

La única grata excepción en este camino, ha sido en el año 2000, en la edición inaugural; entonces, con formato distinto y más partidos, Necaxa quitó al Manchester United el boleto a semifinales, para después imponerse al Real Madrid en el duelo por el tercer lugar.

 

De ahí en más, cíclica repetición de la misma frustración.

 

Vendrá otra ConcaChampions y, si se mantiene la tónica, la corona se quedará en México. Luego otro Mundial de Clubes, y si se mantiene la tónica, nos veremos incapaces de oponer resistencia a quien sea que asista de África o Asia.

 

¿Y entonces cuál es el nivel de nuestra liga? Acaso no entre las diez primeras, pero tan bajo, reitero, no.

 

 

 

 

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