De pronto, el diputado por Carácuaro, Michoacán, Antonio García Conejo (PRD), subió a la tribuna de la Cámara de Diputados el 11 de diciembre para plantear sus argumentos contra la reforma energética, y los exhibió: se quitó la ropa para quedar casi desnudo, “así están despojando a la nación”, dijo.

 

El 8 de diciembre, el parafraseo de la senadora plurinominal (Movimiento Ciudadano) Layda Sansores a las palabras de José Saramago con motivo del intento de privatización de Machu Pichu: “¡Vayan y privaticen a la puta madre que les parió!”: su argumento en contra de la reforma energética.

 

De pronto, diputados de la izquierda ADN (Asamblea Democrática Nacional) y del grupo Bejarano, IDN (Izquierda Democrática Nacional), como también integrantes del Partido del Trabajo (PT) y Movimiento Ciudadano, sellan puertas de acceso a la sala de sesiones de la Cámara de Diputados para impedir el paso a legisladores del PRI y PAN que querían continuar su tarea. Nueva Izquierda (NI) no, un sentimiento de culpa no los deja dormir.

 

Y de pronto el bloqueo de grupos de militantes o simpatizantes de izquierda (incluido el Movimiento de Regeneración Nacional: MORENA) al edificio del Senado de la República y al de la Cámara de Diputados para mostrar su rechazo a la Reforma Energética que, a estas alturas, es prácticamente un hecho consumado, aunque todavía falta.

 

Y golpes, jalones de cabellos y piquetes de ojos entre diputadas. Gritos y maldiciones de unos y burlas y silbidos de otros: es así, no es excepcional, pero sí lamentable.

 

Y de pronto, también, las palabras inanimadas del líder moral del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas para exaltar su presencia y para convocar a una lucha de largo plazo porque “la lucha apenas comienza”, dice. Es el líder moral que en años ha hecho nada cierto por la izquierda mexicana, ni filosofía ni líneas de conducción de una izquierda real, actual, moderna, vigente, a tono con las necesidades del mexicano de a pie.

 

Todo sí. Pero no.

 

Porque esa atomización de la izquierda mexicana, esas luchas interminables por la preponderancia y por los beneficios del poder de partido y de movilización, la lucha por las prerrogativas donde se den, el golpe fatal al adversario interno y la descomposición ideológica de muchos de sus integrantes ha pulverizado a esa misma izquierda mexicana.

 

La prueba de su desintegración está a la vista: no supieron y no pudieron defender al petróleo que quieren para los mexicanos, según dicen; no pudieron y no supieron ser una sola organización que convenciera a todos los mexicanos de sus razones.

 

No pudieron y no quisieron porque no hubo argumentos sólidos, datos, cifras, prospectiva, política y social, estudios rigurosos que nos dijeran por qué no debería aprobarse la reforma energética. Sí argumentos que invocan a la historia; sí el recuerdo de don Lázaro Cárdenas, nacionalizador; sí el argumento moral de la propiedad de los bienes de la nación, para la nación.

 

No convencieron a la mayoría mexicana para contrarrestar la decisión presidencial de una reforma que supone un beneficio nacional futuro, un especulativo crecimiento económico, la no pérdida de los bienes de la nación para la nación, aunque la tengan otras manos y que no garantiza que los beneficios que promete a mediano y largo plazo, estarán en la mesa de cada mexicano.

 

La izquierda institucionalizada, fragmentada y contestataria que hoy tenemos en México no supo convocar a la mayoría mexicana que no quiere la reforma energética. Fue un fracaso. Su fracaso.

 

Un fracaso aun con la gran cantidad de militantes y simpatizantes que estuvieron en las calles para expresar su indignación por la reforma energética; un fracaso porque esos mismos militantes y simpatizantes querían transformar la decisión en un compromiso de revisión y de vuelco atrás, pero no hubo quién los representara; un fracaso porque no supieron convencer a militantes del PRI y del PAN para que revirtieran su voto “a favor de la nación”.

 

Todo se resume en sus luchas internas. En lo electoral. En el poder y la gloria de sus dirigentes. La mirada de cada uno de ellos está puesta en las futuras elecciones, en el papel que deberá tener cada uno y en la no pérdida de privilegios y fuerza política.

 

Hace mucha falta una izquierda mexicana que sea eso, izquierda: una izquierda que no pierda identidad, que no se avergüence de decir su nombre y que sea una sola, fuerte, fornida, inteligente, sí beligerante, gritona, rezongona, democrática, exigente dentro y fuera, en las casas y en las calles, confiable y representativa de un progresismo que ya se respira en las calles, en las universidades, en las oficinas, en los talleres y en el campo mexicano. ¿Para cuándo? ¿Con quién? ¿En dónde está el líder que habrá de aglutinar esta fuerza social marginada? No entre los líderes de hoy.