Algo va mal cuando al referirnos a un muchacho de escasos diecinueve años, lo hacemos explicando que recibirá una nueva oportunidad. Algo no está bien cuando en su breve carrera se mencionan, tan pronto, episodios de indisciplina.

                  Julio Enrique Gómez nació destinado a ser ídolo o, al menos, se encontró con el instante perfecto: ser anfitrión en una Copa del Mundo sub-17, enfrentar al gigante Alemania, verse alcanzado en el marcador en los últimos minutos, sufrir un aparatoso golpe en la cabeza, reingresar vendado a la cancha casi a hacer bulto y sólo, por ya no haber cambios disponibles, y anotar el gol de la victoria de chilena.

 

El impacto fue mayúsculo. Cuatro días después en la final del Mundial, el estadio Azteca estaba retacado de aficionados con vendas en la cabeza, las cuales incluían la indispensable cuota de gotas rojas.

 

Por si eso no bastara, un par de años más tarde, marcó otra vez de chilena y en momentos agónicos un nuevo gol. Era la final del pre-Mundial sub-20 y se disputaban los tiempos extra contra Estados Unidos.

 

Estas dos anécdotas bastan para reflejar a un adolescente con inmensa capacidad para realizar remates acrobáticos, pero, sobre todo, a una especie de predestinado, alguien con singular estrella, un futbolista de los que traen incluida una particular onza para desplazar la balanza a un lado.

 

En su fulgurante fama ha radicado también la mayor parte del problema. ¿Cómo preparar a un muchacho de esa edad para el éxito? ¿Cómo lograr que se mantenga estable? ¿Cómo llevar su carrera en primera división?

 

Antes incluso del Mundial sub-17, el Pachuca ya le concedía minutos en primera división Esta circunstancia, sin embargo, fue cambiando al paso del tiempo y me temo que no por culpa del equipo, sino porque el prometedor mediocampista se había alejado de las verdaderas metas en una carrera deportiva.

 

El directivo tuzo, Andres Fassi, clamaba meses atrás que a Gómez le falta disciplina, a lo que el jugador respondía con un tweet tan contundente como éste: “Hay pachuca nunca te acabes estoy artoooooo del club pachuca” (sic).

 

Ahora va a Chivas en préstamo por un año. No se permitió su venta porque, evidentemente, el Pachuca no lo da por perdido; a tan corta edad, todavía hay esperanza de recuperarlo y beneficiarse del futbol que mostró tiempo atrás.

 

Gómez tendrá que entender que es su momento: en él está vivir eternamente de la efímera momia del 2011, o revalidar ese precoz éxito con una larga carrera futbolística; en él está recordar que el sueño de su niñez era jugar futbol, o hacer a un lado todo anhelo y dejar escapar el tiempo.

 

El destino fue muy dulce con él al ponerlo en situaciones tan especiales. Ahora él tiene que estar a la altura de ese destino demostrando que a sus diecinueve años ha aprendido la lección, que la fama dura así de poco, que de la celebridad no se puede vivir a perpetuidad.

 

Es momento de que la momia Gómez se quite las vendas y se permita crecer. Ojalá.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.