Una cara del debate relativo a la Copa del Mundo qatarí, es el clima que impera ahí en julio, la perspectiva de mudarlo de fecha, de pasarlo a diciembre.

                  Pero la cara más preocupante se esconde detrás del esquema laboral qatarí, evidenciado durante los últimos meses por un futbolista de perfil más bien bajo. Se conocía a esta tierra como lugar idóneo de millonario retiro para muchas leyendas del balón: Josep Guardiola, Fernando Hierro, Raúl González, Gabriel Batistuta, Marcel Dessailly, los gemelos Frank y Ronald de Boer. No obstante, por sus equipos también pasan innumerables elementos mucho menos conocidos o connotados, y es ese el caso del franco-argelino Zahir Belounis.

 

Belounis se convirtió en una especie de portavoz o ejemplo, de lo que sucede al interior de Qatar. El sistema de la Kafala o patrocinio, establece que todo trabajador no-ciudadano, depende migratoriamente de quien lo emplea: su entrada, su estadía, su eventual salida, su indispensable visado, todo está amarrado a la voluntad de un patrón con tintes de señor feudal. Sin su beneplácito, ni cobra, ni aspira a cambiar de trabajo y, muchos menos, a abandonar el país.

Se estima que más de un millón de trabajadores se encuentran empleados en Qatar de tal forma, con lo que existen hasta cuatro obreros-inmigrantes por cada ciudadano…, y Belounis era uno de ellos. Su error fue denunciar en el 2011 el impago de salario por parte del club al-Jaish (el mismo que contrató al ya fallecido Christian Benítez). La institución respondió negándole el derecho a jugar o a volver a Francia. Dos años después, huelga de hambre e inservibles denuncias a FIFA incluidas, está de regreso en París.

 

Tal como el propio Belounis escribió en una carta a los embajadores de Qatar 2022, Pep Guardiola y Zinedine Zidane, “no estoy solo en este predicamento. Muchos trabajadores que construirán los estadios de la Copa del Mundo 2022, tienen el riesgo de encontrarse en esta misma situación (…) la verdad es que si Qatar no modifica su sistema de “visa de salida”, habrá cientos, quizá miles de personas atrapadas aquí”.

 

Belounis ha anunciado este lunes que iniciará un proceso legal contra el propietario del equipo, que es nada menos que el hermano del Emir de Qatar. Según explicó su abogado, “todo delito sufrido por un francés en el extranjero puede ser estudiado por la justicia francesa y es una competencia exclusiva de la fiscalía de París”.

 

El Mundial 2022 tiene que ser la piedra angular sobre la que se levanten otras condiciones de vida en Qatar. Nadie duda de sus recursos, capacidad organizativa, tecnología, apoyos, pero esto tiene que ser primero.

 

¿Jugar en estadios construidos por manos sometidas a esta Kafala? ¿Conceder la legitimidad internacional que supone un Mundial, a un lugar donde imperan estas medievales reglas? ¿Admitir como derecho de cada sede el hacer y deshacer a su antojo de cara a albergar el torneo?

 

No tiene que ser así y Belounis resulta la excusa perfecta para que se exija al emirato un cambio urgente. También lo fueron los más de cuarenta albañiles nepalíes fallecidos en las obras de los escenarios mundialistas, aunque entonces Joseph Blatter declaró: “Me reuniré con el nuevo emir en una visita de cortesía para confirmar el Mundial 2022. También hablaremos sobre esta preocupación, las condiciones laborales, pero no somos quienes de hecho pueden cambiarlo (…) No es responsabilidad primaria de la FIFA, pero no podemos cerrar los ojos. En todo caso, no es una intervención directa de la FIFA lo que podría cambiar las cosas”.

 

Blatter modificó discurso tras esa desafortunada declaración y clamó que “el futbol no puede ignorar la muerte de trabajadores”. Muy bien. Entonces que nos las ignore. Entonces que actúe de inmediato. Entonces que condicione llevar el Mundial ahí donde no se respetan los derechos más esenciales del humano.

 

Ese sí, sería un verdadero legado mundialista. Algo para estar orgullosos del futbol.

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