Que en Monterrey se arropa a sus respectivos equipos de una forma diferente, mucho más incondicional respecto a lo que puede verse en el común de las demás plazas del país, es tema por demás explorado y comprobado.

                Ahora el club Tigres, obligado a ganar como visitante ante el América en la vuelta de los cuartos de final, anuncia una más de sus invasiones; es decir, un viaje de miles de sus seguidores a fin de hacer sentir en casa a su plantel.

 

Se plantea que podrían ser más de diez mil los entusiastas felinos en las gradas del Azteca… Y, francamente, me parece maravilloso.

 

Salvo muy específicas y desagradables excepciones, la regiomontana es una afición que suele comportarse con respeto y educación. Van a lo suyo, que es cantar y pintar de un color el estadio, a alentar y disfrutar, a incluso aplaudir a sus huestes en la derrota (nunca olvidaré cuando el Monterrey, el otro cuadro de esta ciudad, perdió la final de liga en 1993; entonces los parabrisas mostraban orgullosos las pintadas de “¡Número 2 de México!” o “¡Sub-campeones!”. ¿Conformismo? No seamos simplistas: de ese saber perder y esa lealtad también está hecho el amor a un escudo).

 

Sin embargo, las dos instituciones regias han abusado un tanto de tamaña devoción y nobleza. Saben, como nadie más en el país, que al margen de la cantidad de goles o la calidad del juego, sus tribunas se llenaran, que su venta de artículos conmemorativos romperá récord, que la gente no sólo va al estadio sino que además lo hace gastando cifras que nadie más en México gasta, que al final –contentos o descontentos– despedirán al plantel con muestras de cariño.

 

Cuando Tigres llevó a más de 23 mil aficionados al estadio Alfonso Lastras de San Luis, a un partido de liga cualquiera, compartí en este espacio las siguientes palabras: “Esta relación parecía llevar implícito el masoquismo: la afición tigre que siempre estaba ahí  -leal, apasionada, incondicional-  y el equipo que no lograba ponerse a la altura de tan devotos seguidores. Con Tigres, líder invicto del torneo, ha sucedido lo opuesto. ¿Cómo superar el llenar y hacer delirar tu estadio a cada partido? Llenando también los estadios rivales en los que juega de visita tu club”.

 

Es curioso que utilice el término “partido de liga cualquiera”. Y es que en un torneo en el que mucho de lo que pasa (incluso al interior de la liguilla) luce como soporífero o rutinario cualquiera, estas actitudes nos recuerdan que no lo es. Mientras la mayoría ve su actividad de cada fin de semana como mero trámite burocrático para llegar completar el certamen, Tigres encabeza a quienes hacen de cada momento del torneo una fiesta irradiada de tintes religiosos.

 

La única salvación de nuestro futbol doméstico, está en ese ejemplo tigre: en tener la madurez para viajar multitudinariamente a apoyar y ser capaces de hacerlo en paz, en siempre estar ahí.

 

El futbol, con sus numerosos errores, es finalmente el escape a una semana laboral de tensiones y preocupaciones. Por ello, lo mínimo esperable, es que acontezca bajo semejante jolgorio y cariño, no bajo contextos apáticos, escenarios casi vacíos y gritos huecos. Ya después, los equipos y el espectáculo tienen que estar a la altura, tema también del que los fanáticos Tigres pueden decir mucho, con todo lo que se les ha adeudado por demasiados años en el Volcán.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.