Que el balón reúne –o puede reunir– provechosas habilidades curativas, no es tema nuevo.

 

Así como llega a dividir, confrontar y enemistar, así como llega a ser instrumento de discordia, odio y agresividad, así como es mal utilizado y está cargado de nociones políticas y llega a mostrar las peores caras del hombre, el futbol tiene otro lado del que intenta beneficiarse un programa instaurado dos meses atrás por la Secretaría de Gobernación.

 

El proyecto “Glorias del deporte; futbol, una escuela de vida”, busca sacar de la delincuencia a miles de jóvenes mexicanos que, acaso a través del jugar futbol, puedan escapar de ese círculo vicioso de adicciones, delincuencia y violencia.

 

En él intervienen ex futbolistas como Luis Hernández, Joel Sánchez, Misael Espinosa y Daniel Osorno, cuyo ejemplo e inspiración tiene que ser un revulsivo.

 

Esto me recuerda un exitosísimo programa que tuve posibilidad de conocer en la ciudad inglesa de Liverpool. La súbita caducidad de ese puerto tras la Segunda Guerra Mundial, su repentina sub-ocupación al dejar de ser corazón que conectaba a la Gran Bretaña con sus colonias en todo el mundo, había derivado en elevados índices de desempleo y, al paso del tiempo, de criminalidad. Con el futbol como aliado, el gobierno local redujo los niveles de delincuencia nada menos que en un sesenta por ciento.

 

Tony Doherty, superintendente de la policía de Liverpool y coordinador de este esquema de cooperación futbol-sociedad, me explicaba el año pasado: “el futbol tenía que ser parte central de nuestra estrategia matriz, nuestra campaña para motivar jóvenes a involucrarse en un equipo y no en una pandilla o banda. Sentíamos que los jóvenes estaban siendo reclutados por criminales en la ciudad y necesitábamos competir con esos criminales para ganar a esos jóvenes, entonces empezamos un torneo de futbol. También, el futbol da a los jóvenes algo en común con mis oficiales porque siempre hay una distancia creada por los uniformes, con el futbol esa distancia se rompe y se crean vínculos diferentes”.

 

Existen una serie de metáforas intrínsecas a estos programas de rehabilitación o habilitación futbolera. Por principio de cuentas, un deporte de conjunto esconde lecciones que pueden cambiar la vida de una persona. El sólo coincidir en metas e intereses, es decir, poseer los once la ilusión de llevar la pelota al otro lado de la cancha, ya cambia toda una mentalidad; lo mismo, el compartir de balón, acto que esconde nociones de bien común, solidaridad, apoyo, lealtad, confianza.

 

No en vano, el futbol ha sido ocupado como remedio para sacar a niños-soldado del contexto bélico: a quien creció asumiendo que parte de la vida es matar y evitar ser matado, la pelota concede obvias moralejas.

 

Ojalá que funcione bien este programa, canalizado ya a 21 academias desperdigadas por el país. Ojalá que no se politice ni dependa de partidos o sexenios. Ojalá que le permitan crecer, porque puede haber dado en el clavo. Ojalá que valore la dimensión del ejemplo de vida que deben ser los ex jugadores.

 

Esa medicina llamada futbol puede remediar muchos males. No todos, que tampoco es barita mágica. Algunos, sí.

 

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