A veces pienso que para que la Máquina vuelva a ser campeona de liga, hace falta llegar a la liguilla bajo condiciones por demás adversas, cual ganado al matadero, sin despertar esperanza alguna, y entonces reventar los pronósticos al levantar la corona. Luego veo que bajo tal paradigma eso no pasa y pienso en lo contrario: que de emerger enrachadísima, arrasar a su camino rivales y derrochar ilusión, podrá ser que esta locomotora al fin alcance la estación-destino. Sin embargo, cuando dichas condiciones se han dado tampoco funciona, y es inevitable pensar en una de dos vías (o, puestos a minimizar tan fatídicos riesgos, las dos): exorcismo y psicoanálisis.

Ser devoto cementero es hoy sinónimo de practicar una especie de masoquismo futbolero. Si Cruz Azul acumula un par de meses de buenos resultados, lo recomendable para ellos es no disfrutar en exceso o hacerlo bajo el entendido de que pronto pasará el positivo rato (sobre todo, en cuanto se trate de dirimir la gloria). Así, esta era del cruzazulismo lleva la rúbrica de un trágico griego y, comparativamente, haría lucir pleno en esperanza a algún existencialista.

 

Perseguidos por la implacable Ley de Murphy, se han acostumbrado a intuir que si algo puede ir mal, irá mal, o, más aun, que aunque nada pueda ir mal, terminará por ir mal.

 

Hacia los últimos minutos de la final contra el América del semestre anterior, se atrevieron a creer, porque hasta el ateo más recalcitrante lo hubiera hecho bajo tales circunstancias: el acérrimo rival reducido a diez hombres casi desde el inicio, dos goles de ventaja, un minuto por disputarse, ocasiones obvias para hacer el tercero (alguna incluso haciendo extrañas carambolas poste-jugador-poste). Sucedió lo que no sólo impresionó a México, sino al mundo entero con imágenes que pertenecen ya a las grandes remontadas en la historia de este deporte. Un gol al 89, otro gol (para más inri, del portero enemigo) al 93. De ahí, a tiempos extra y, sobre todo, a aguardar resignadamente el iceberg de su cruel naufragio en penaltis (con resbalón incluido de uno de sus cobradores justo frente al manchón penal).

 

Este fin de semana comenzó un nuevo intento de recuperar ese trofeo de liga que no ha levantado desde 1997, y el arranque no ha podido ser peor: 3-0 abajo tras la ida en Toluca, con algunas inevitables ironías: declaraciones previas de ilusión de parte de su entrenador (“Me gusta, en verdad me gusta cómo llega este Cruz Azul”), un gol fallado que pudo cambiar la historia al inicio, un inverosímil autogol, grandes atajadas del guardameta rival, y una goleada que lo tiene casi eliminado.

 

A todo lo anterior debe añadirse lo bien que se había visto el conjunto celeste a lo largo del torneo regular, aunque de ninguna forma ha sido suficiente y todos los movimientos del plantel volverán a ser discutidos.

 

Así es esta historia y acaso algún día dejará de serlo. El asunto es cuándo. Y, sobre todo, cómo: ¿llegando en racha? No. ¿Llegando con todo en contra? Tampoco. ¿Alguna otra opción, aunque parezca esotérica? Supongo que ya se ha probado sin éxito. Un capítulo más en el dilatado serial, “esperando la derrota”. ¿Por dónde llega? Es lo de menos; lo seguro es que llega.

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