“Nosotros somos sólo deportistas, no venimos a prestigiar, a fortalecer ni derrocar… Ni a ir en contra de nadie, venimos a jugar al futbol”.  Las palabras de Vicente del Bosque intentaban atenuar la ola de críticas desatada por el partido amistoso de la selección campeona del mundo en Guinea Ecuatorial.

                Sin embargo, por esta vez, el personaje más prudente y bienintencionado del medio futbolístico mundial, había pecado de ingenuo. Es verdad que no hubo foto del recuerdo de sus dirigidos con el atroz dictador Teodoro Obiang, pero lo es también que el futbol nunca ha sido una criatura que pueda aislarse de lo que sucede a escala social, política, económica, cultural.

 

Él y sus convocados, evidentemente, deben jugar allá donde les sea indicado. Y esta vez les fue indicado hacerlo en la única ex colonia española en África, sitio que, por ende, mantiene mayores lazos respecto a la península ibérica que nadie más en el continente.

 

Guinea Ecuatorial ha tenido por presidente a Teodoro Obiang durante los pasados 34 años, con suficiente poder como para acaparar hoy 99 de 100 escaños en el parlamento. Los malos pensamientos afloran porque España decidió jugar ahí gratis (suele cobrar por amistoso hasta 4 millones de euros) y porque se trata del tercer productor de petróleo en África. ¿Algún tipo de pago o incentivo por ir? ¿Algún interés no aclarado? El asunto es que más del setenta por ciento de la población guineano-ecuatorial está sumergida más allá de la pobreza, con altos índices de desnutrición y mortandad infantil, pese a que su PIB per cápita es el mayor del continente. Según algunas estimaciones, es el segundo país más corrupto del mundo, con la fortuna de Obiang valorada por Forbes en 700 millones de dólares y las excentricidades de su heredero Teodorín (mansiones, coches, compras), retratadas por numerosos medios.

 

Bajo tan totalitario esquema, no es extraño que el futbol también sea presa de la injerencia del régimen. El partido político de Obiang criticaba poco antes del cotejo a quienes lo habían politizado: “el fútbol es un bien de la humanidad que debe ser disfrutado y compartido por todos los seres humanos”, reiteraba Jerónimo Osa Osa Ecoro, secretario general del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial.

 

No obstante, la politización del futbol guineano-ecuatorial es bastante anterior. El seleccionador local, Andoni Goikotxea, admitió meses atrás que Obiang le ha ayudado a convocar a descendientes de guineano-ecuatorianos, y bien se sabe el volumen de primas que ofrece al representativo por alcanzar cada meta (5 millones de euros si hubieran derrotado a España). En su plantel, plagado de naturalizados express, hay cuatro colombianos, tres brasileños, tres cameruneses y hasta diez nacidos en España. Casualmente, Goiko (célebre por haber lesionado a Maradona hace tres décadas), fue compañero en el Athletic del actual presidente de la Real Federación Española de Futbol, Ángel María Villar.

 

“¿Obiang? Solo lo he visto por la tele”, explicaba el técnico vasco antes del criticado partido.

 

El debate tiene una primera vertiente: ¿legitima una selección a una dictadura al prestarse a jugar en sus dominios? Pero también existe una segunda, que es lo que puede haber oculto detrás del, en teoría, filantrópico afán de jugar gratis en tan sufrido rincón de África.

 

 

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