Pocas facetas del deporte son tan maravillosas como su capacidad para que el ser humano halle en el destino una revancha, para que se mejore a sí mismo, para que aprenda de sus errores pasados y tenga una segunda oportunidad.

 

Si no se hubiera repetido tantas veces el dato este martes, me costaría creer que apenas dos semanas y media atrás ellos mismos fueron vapuleados por Nigeria 6-1; me costaría creer que yo mismo estuve en esa transmisión televisiva, desesperado y atribuyendo el naufragio tricolor a otra vez (enésima) no saber definir las ocasiones de gol; me costaría creer que esos 11 de verde, desarticulados y extraviados, son precisamente los que ahora lucen con oficio, con solvencia, con talento, con dignidad futbolera en su máxima expresión.

 

Dos semanas y media atrás, la Femexfut volvía a ser blanco de todas las críticas e inconformidades. En un 2013 tan fatídico para la selección mayor, los menores de 17 años abrían con semejante papelón frente a Nigeria y daban sensaciones de que retornarían a casa al cabo de tres espeluznantes partidos.

 

Dos semanas y media atrás, no es que dudáramos de ellos: ya en definitiva la mayoría había dejado de creer. Incluso en él, el líder de este proyecto, Raúl Gutiérrez, quien llevó a México a la corona en el 2011, pero bajo el señalamiento de que lo hizo (como si fuera su culpa o su pecado) como local.

 

Y estos adolescentes, a lo suyo. Se recuperaron no como adultos, sino como titanes, como superdotados, como genios de la resurrección psicológica: sobre las cenizas -porque ni siquiera quedaron escombros- que dejó Nigeria en la cancha del estadio jeque Kahalifa de al-Ain; se levantaron y han erigido esto: finalistas del Mundial.

 

Por eso me parece significativo que la final se dispute en particular contra los nigerianos: porque por absurdo que suene tras un cotejo de futbol con marcador de duelo de tenis, México lo pudo ganar. Esa primera media hora evidenció que los tricolores llegaban más, tenían mayor posesión, imponían condiciones. Luego, el desastre, el horror, los contragolpes africanos de imposible contención por una defensa agujerada y un portero -ahora, heroico- cómplice de lo que entraba a su meta.

 

A muchos jóvenes que recuerden la victoria sobre Alemania en el 2011 o sobre Brasil en el 2005, les puede parecer un tanto común que ahora se haya derrotado en fila a tres potencias como Italia, Brasil y Argentina. Tengo que decirles que no lo es y que no hace falta ser tan viejo para asimilarlo. Generaciones y generaciones de equipos mexicanos fueron vencidas por los grandes sin apenas poder meter las manos, al tiempo que estos pupilos del Potro Gutiérrez lo consiguieron con autoridad, con confianza, con semblante sereno al cobrar 12 penales ante a la verdeamarela y ceño fruncido ante la desquiciada Argentina, que se quería llevar de recuerdo la pierna de algún rival tricolor.

 

Enhorabuena a Raúl Gutiérrez. Enhorabuena a las familias de estos portentos, porque evidentemente algo -o mucho- han hecho de maravilla. Enhorabuena también por ésta -y negarlo es ilógico-, a la federación que no en todo podía haber errado en el 2012 y aquí ha acertado de lleno. Enhorabuena, por encima de todo, a esos irreverentes y portentosos niños futbolistas que a cada pelota pateada nos dan decenas de lecciones de vida.

 

Una sugerencia para la final: diviértanse. Se lo merecen. Los sacrificios han sido demasiados. A ustedes no les correspondía la cruz que les pusieron en la espalda por ser goleados y pertenecer a un futbol cuya selección mayor olvidó cómo ganar. Este viernes, es su día. Si ganan, maravilloso. Si no, que sea haciendo lo que dominan, aferrados a lo que saben, con fidelidad a lo que tan bien han aprendido de ese pedagogo que poseen en la banca. Sólo recuerden que se dedican a una actividad tan bella y noble, que concede revanchas; y que su revancha ante Nigeria, ese inesperado tren, ha llegado. Trépense a él.

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.