Hace falta especial valor para llamarse Espanyol y tener sede en Cataluña. Valor, quizá, como para portar un nombre que a ojos de muchos encierra una paradoja: el Real Club Deportivo Espanyol dejó de ser RCD Español en 1996, para pasar a reivindicar un idioma y una nacionalidad (la española), pero en otro idioma y, según buena parte de los catalanes, desde otra nacionalidad.

 

El asunto es que en catalán se denomina español, motivo suficiente para perpetuas sesiones de psicoanálisis e interminables debates que alcanzan lo político, lo histórico, lo cultural, lo lingüístico, lo social.

 

Para la presente campaña, la polémica subió un tono más de volumen con la inclusión de una bandera catalana (la senyera) en su uniforme. ¿Mercadotécnica? ¿Afán de acercarse a todos, aunque bajo riesgo de alejarse de todos? ¿Medida política?

 

Un año antes, la controversia no había sido poca porque por primera vez se colocaba en el diseño de la casaca espanyolista la senyera, pero esto era en la parte interior, lo que puestos a interpretar –y este tema da para todo tipo de interpretaciones y deducciones– se entendía como intento de disimularla.

 

Este viernes se enfrentarán los dos equipos de la Ciudad Condal, dando pauta para hurgar en su singular choque.

 

La postura catalanista del Barcelona, es más que clara con definiciones como la que aportó el escritor Manuel Vázquez Montalbán, “la significación del Barcelona se debe a las desgracias históricas de Cataluña desde el siglo XVII, en perpetua guerra civil armada o metafórica con el estado español”, o con pancartas en el Camp Nou que claman “Catalonia is not Spain”: “Cataluña no es España” en inglés, para que lo comprenda todo el mundo y, sobre todo, para no utilizar el protestado español.

 

Al tiempo la ideología espanyolista es más compleja. En origen, su nombre se atribuyó a la idea de alinear a elementos ibéricos (en particular, catalanes) en una época en la que los demás clubes de la región estaban atiborrados de extranjeros. Pasada la Guerra Civil, se le relacionó con círculos franquistas de Barcelona y su relación con el Real Madrid rayaba en lo fraternal.

 

Todo esto cambió durante la reciente presidencia de Daniel Sánchez Llibre, quien dio un giro a la orientación de la entidad y llegó a ser acusado de prohibir las banderas españolas en las gradas. No es que fuera indispensable ser defensor de lo español en Cataluña para adorar a este equipo (el gran periodista Enric González limita su pasión a que “Soy del Espanyol porque mi padre lo es, y porque empezó a llevarme al estadio Sarriá desde muy pequeño. No hay más explicación”). Sin embargo, el estereotipo político emergía con recurrencia.

 

Suele decirse que la batalla campal del partido disputado en 1924 (el llamado derby de la xavalla o de la morralla, por las monedas aventadas al campo) se debió a la diferencia de enfoques políticos (catalanistas versus centralistas); no obstante, era una España en máxima turbulencia y para semejantes desmanes bastaba con encarar a dos rivales citadinos, siendo acaso lo político, mera exageración.

 

El asunto es que las posturas de los dos cuadros barceloneses se radicalizaron y la confusión llegó en los últimos años a la masa social espanyolista: traducir su nombre a catalán, prohibir banderas españolas, portar senyeras primero escondidas y luego abiertas. Tanto, que muchos de quienes decidieron no ir más al estadio a verlo jugar, aseguran que detrás de tanta re-catalanización, se esconde la intención de conseguir fondos del gobierno de la Generalitat catalana (obviamente, barcelonista y poco espanyolista).

 

Como quiera que sea, hoy se enfrentan dos escuadras con presupuestos y alcances muy distintos. Un derby que ha venido a menos y que representa mucho más para los que lo juegan vestidos de blanquiazul (blanc i blau, si prefieren) que para los que lo hacen de blaugrana.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.