Decidió aportar su arte al servicio de sus convicciones imitando quizá a su admirado André Marlaux. Solo así se entiende su transfigurada pasión por la política a través del teatro, y como telón de fondo, la academia: las dos venas por la que fluyó su ánimo anti fascista. En realidad, y como él mismo escribió: “Tengo un deseo tan fuerte de ver disminuir la suma de desgracia y de amargura que envenena a los hombres”.

 

Herbert R. Lottman, en su espléndido relato biográfico “Albert Camus”, escribe sobre el autor de El Extranjero: “(Camus) Sabía ya que la filosofía comunista contenía errores tales como el falso racionalismo unido a la ilusión del progreso”.

 

El 7 de noviembre Camus cumple sus primeros 100 años de vida; en el absurdo se le considera que falleció; la realidad es otra. Vive.
Camus es de los personajes no hecho por sus circunstancias. Anti fascista atemporal bien podría hoy sonrojarse con la política migratoria de Manuel Valls, brazo derecho del socialista Francois Hollande, que de Marine Le Pen, fuente inagotable de ideas xenófobas y anti europeas. En efecto, Camus vivió el peligroso deslizamiento de la derecha al nazismo y de la izquierda al comunismo, cada una representada por su arquetípico personaje: Hitler y Stalin, respectivamente.

 

Representante orgulloso de Argel, capital de Norte de África, Camus fue puente entre musulmanes y europeos. Siempre antepuso la pedagogía al fanatismo; la academia a la bandera. Por más que se haya inscrito al Partido Comunista, influenciado muy probablemente por Marlraux, su admirado profesor, Jean Granier, su profesor de filosofía, logró atemperarlo ya que Camus nunca utilizó su voz para gritar lo que tenía escrito el PC en las pancartas, sino que fue su escritura y sus conocimientos, los que se encargaron de contagiar voluntades. Así, por ejemplo, Camus creó el Théâtre du Travail motivado por la obra de André Marlaux, Le temps du mépris, en cuyo prólogo Marlaux escribio: “Es difícil ser hombre. Pero no lo es más conseguirlo profundizando en su comunión que cultivando  su diferencia (…)”. Fue así como Camus empezó por tanto a “profundizar en su comunión”. Reunió a sus amigos para formar una especie de coral política. Le temps du mépris narra la historia de un dirigente comunista  alemán, capturado por los nazis, quien logra su libertad gracias a un camarada que decide suplantar su identidad. Aquí podemos ver en Camus, inspirado en Malraux, los rasgos vinculantes entre compromiso y moral. Algo parecido inspiró a Camus a escribir El Extranjero. En enero de 1935, los periódicos de Argelia publicaron una nota de la Agencia AP que relataba: “Un hombre,  que vuelve a su casa tras una ausencia de veinte años, es asesinado y desvalijado por su madre y su hermana que no lo habían reconocido” (La Dépêche Algérienne). “Ayudada por su hija, una hostelera mata, para robarle, a un viajero que no era otro que su hijo. Al enterarse de su error, su madre se cuelga y la hija se tira a un pozo” (L¨Écho d¨ Alger). Camus recortó las notas de los periódicos y las guardó. Después …   ya conocemos la historia; escribiría El extranjero, una obra para aprenderla de memoria.

 

Junto al performance teatral, Camus creó otra organización paralela la Partido Comunista, se trató de un programa de formación destinado a los adultos, una especie de universidad popular, el Collège du Travail.

 

Las dos actividades, Théâtre du travail y Collège du Travail, serían complementadas con Cine club fundado por el socialista Max-Pol Fouchet.

 

Camus fue enemigo de los fanatismos. No solo de los ideológicos; también de aquellos que la cotidianidad se encarga de imponernos. Unos días antes de su boda con Simone Hié, la madre de Camus le preguntó qué  era lo que le gustaría recibir de regalo, a lo que contestó: 12 calcetines blancos. Pensó probablemente en su equipo de futbol, su visión lúdica de la vida: “Aprendí pronto que una pelota no llega nunca del lado que uno espera. Me sirvió en la existencia y sobre todo en la metrópoli, donde la gente no es sincera (…) Tras muchos años en los que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos, lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al deporte, lo aprendí en el Racing Universitario de Argel (Albert Camus, Herbert R. Lottman, editoral Taurus. La posición favorita de Camus era la de portero pero poco a poco le gustaba pasar a la ofensiva desde la delantera central. En 1930, su nombre llegó a los periódicos de Argel gracias a sus destacadas exhibiciones: “El mejor de todos fue Camus, que sólo fue batido por un mal entendimiento e hizo una espléndida exhibición” (Le Rua, 28 de octubre). Cuenta Camus que su tuberculosis tuvo su origen en el “exceso de deporte; cansancio y exceso de exposición al sol”. Uno de los alumnos de Camus narró una jugada heroica del escritor: “Un  día, en un estadio de Argel, Albert Camus bloqueó sobre su pecho un disparo de un delantero contrario y se desmayó entre los postes de la portería que defendía” (R. Lottman) Jean Granier ubica junio de 1932 como el instante en el que Camus decidió ser escritor. Terminaba el bachillerato y frente a él, llegarían los momentos para certificarse en psicología, literatura clásica, lógica y filosofía general.

 

Aportar el arte al servicio de las convicciones, el legado de Camus.

 

Continuará.