Más de 400 millones de individuos estarán haciendo lo mismo y al mismo tiempo este sábado a las 11 de la mañana hora del centro de México: viendo por televisión el partido de futbol entre Barcelona y Real Madrid.

 

Cuatrocientos millones, o más, que coinciden en su rutina diaria en pocas cosas. Ni idioma, ni religión, ni hábitos, ni ideologías, ni alimentación, ni perspectivas económicas, ni posturas políticas… Pero que están de acuerdo en que resulta imprescindible no perder detalle de lo que hagan blaugranas y merengues en la cancha.

 

¿En qué momento se convirtió esto, y con tal claridad, en el clásico más seguido en el mundo? Magnifiquémoslo y no perdamos de vista que se trata sólo de un cotejo de liga local más, de una de 38 jornadas que conforman un campeonato doméstico. Aun así, su potencial audiencia llega a la mitad de la inauguración de unos Olímpicos (según algunas estimaciones, 900 millones vieron la apertura de Londres 2012) y supera la del común de las finales de Champions League (a menos que, como pudo suceder unos meses atrás, por primera vez la disputaran ellos dos y rompieran todo tipo de registro).

 

Me atrevo a decir que la aplastante hegemonía de este partido resulta algo reciente. Hasta antes de que tuviéramos a un lado a Lionel Messi y al otro a Cristiano Ronaldo, hasta antes de que la rivalidad tornara en ebullición con los cuatro clásicos jugados en un par de semanas en el 2011, hasta antes de que José Mourinho y Pep Guardiola añadieran agrio condimento a esta rivalidad, hasta antes de que el planeta futbol decidiera polarizarse en una u otra de estas casacas, hasta antes de que España reinara en el futbol y sus seleccionados se dividieran en esta confrontación, hasta antes de todo eso, la diferencia entre un Barça-Madrid no era tanta respecto a un Manchester United-Liverpool o un Juventus-Inter (o United-Chelsea, Milán-Inter y tantos clásicos más).

 

No obstante, la expectativa que esto genera es por demás sustancial. El nivel de gasto de los dos equipos no siempre es más elevado que el de los otros grandes protagonistas de este tipo de choques; la calidad de sus planteles tampoco; las particularidades histórico-político-sociales que sustentan culturalmente al encuentro, resultan más bien desconocidas para el ciudadano promedio que lo verá en Taiwán, Bolivia, Azerbaiyán, Jordania, Senegal (acaso entenderán algo de que el FC Barcelona es catalán y no creo que tanto más). Y, pese a todo, los reflectores son suyos.

 

Cuatrocientos millones de humanos frente al televisor, suenan impresionante, hasta que ampliamos la perspectiva más allá de Occidente y entendemos cuánta gente ve cada edición del clásico de cricket entre India y Pakistán. La cifra ha llegado a los mil millones de personas (sí: más que la final de un Mundial), aunque con un añadido del que ya quisieran disfrutar patrocinadores y medios de comunicación en el futbol: que un partidito de este peculiar deporte se prolonga varios días y por muchas horas, durante los cuales se paralizan cientos de millones de personas.

 

Barcelona y Madrid este sábado. Esos dos que viven para desgastarse mutuamente, que convierten toda acción en manera de competir con el acérrimo rival, que juntos se desgastan y, en el proceso, se hacen mejores. Tan pendiente uno respecto al otro, que parecen ajenos a su torneo de liga.

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