Para entender el impacto de la autobiografía de Sir Alex Ferguson, basta con decir que semejante expectativa sólo se había generado recientemente con la primera novela al margen de Harry Potter de J.K. Rowling o con el libro de recomendaciones para organizar una fiesta infantil por parte de Pippa Middleton (cuñada del príncipe Guillermo).

                En realidad, eso da material para que los sociólogos extraigan muchas conclusiones sobre la cultura británica: la pasión por su Royal Family (ejemplificada en la hermana de Kate, célebre desde que una toma trasera en la Boda Real, la mostró especialmente voluptuosa), el orgullo hacia una escritora que devolvió a estas islas la hegemonía editorial, y la intriga por lo que sucede en la vida de los personajes más célebres (lo cual explica que incluso futbolistas de mediano nivel publiquen sus memorias y éstas tengan gran acogida).

 

Sobre el último de estos puntos, basta decir que en la vasta sección de deportes de una librería inglesa, hace falta escarbar mucho si lo que uno busca es un género distinto a la autobiografía. Ahí emergen las de Pepe Reina, Ledley King, Dennis Bergkamp, Craig Bellamy, Jamie Carragher, obviamente David Beckham y Paul Gascoigne, Rio Ferdinand, Roy Keane (admitiendo que lesionó –y acabó con la carrera– voluntariamente a un rival), Paul Ince, Dietmar Hamann, Paul Scholes, Fabrice Muamba (con la crónica de su infarto a mitad de partido), Steven Gerrard, Gary Neville, Robert Pires, Jaap Stam (misma que le costó dejar el Manchester United, al no gustar lo que escribió al propio Sir Alex Ferguson), Thierry Henry, Fernando Torres, Robie Savage, Stan Colymore, Luca Radebe y un inacabable etcétera.

 

En fin. Bajo ese autobiográfico contexto, nada tan esperado como las confesiones del director técnico más longevo y exitoso en la historia de la Liga Premier. Sobre todo porque ya se retiró y no tiene más necesidad –si es que alguna vez la tuvo– de guardar formas o evitar conflictos.

 

De los renglones que pronto han brincado a la prensa, destaca que rechazó dos veces dirigir a la selección inglesa (recuérdese que él es escocés), que se desprendió de su capitán Roy Keane por criticar a los jóvenes del club en una entrevista (misma que se ocupó de que no fuera emitida), que decidió vender a David Beckham porque “en el minuto que un jugador del Manchester United piensa que es más grande que el entrenador, se tiene que ir”, que Cristiano Ronaldo es “el futbolista más talentoso que he entrenado”, que Wayne Rooney sugirió comprar a  Mesut Ozil y “mi respuesta fue que no era asunto suyo a quién debemos buscar. Le dije que su trabajo es jugar y desarrollarse”, y muchísimas memorias más.

 

Lectura muy recomendable para todo director técnico o para aquel que tenga curiosidad por conocer cómo es realmente el mundo del balón.

 

El problema, en todo caso, es que difícilmente existirá otro personaje como Sir Alex. Podrá intentarse seguir su patrón de comportamiento, su autoritarismo, su línea de decisiones, su férreo liderazgo, su sentido común, pero a muy pocos les funcionará.

 

No en vano se le ha puesto en el mismo peldaño de una persona que ha vendido más de 500 millones de ejemplares o del absurdo personaje que si cambia de peinado acapara portadas en cada confín del Reino Unido.

 

En la tierra de las autobiografías futbolísticas, nunca una tan deseada e, inclusive, indispensable.

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