Suele ser normal y hasta lógico que una selección base notablemente sus convocatorias en elementos del club que mejor marcha en su liga: pensemos, por ejemplo, en la multicampeona España de Vicente del Bosque con tantos jugadores barcelonistas o en la Alemania de los setenta con plena influencia del Bayern Múnich.

                Lo particular del emergente caso de Miguel Herrera como DT nacional no es, sin embargo, que recurra a diez futbolistas del mismo equipo, sino que haya asumido el timón del conjunto mexicano sin renunciar a su puesto en el América.

 

Esto nos remite directamente, aunque con diferencia de contextos, circunstancias, urgencias, plazos, a lo que aconteció en la selección de la Unión Soviética en los tres últimos torneos que disputó antes de su disolución: México 86, Eurocopa 88 e Italia 90. Por entonces, el estratega del Dynamo de Kiev, Valery Lobanovsky, alternó con éxito los dos cargos.

 

La inteligencia de este personaje era tal que le apodaban “lob”, primeras letras de su apellido que significan “cabeza”. Durante sus años con pantalón corto se caracterizó por desafiar constantemente las indicaciones de su director técnico y más tarde atribuiría su prematuro retiro a haberse enfermado de “jugar futbol-basura”. Su nueva meta era generar desde el banquillo un futbol de calidad que, además y como era de esperarse en plena Guerra Fría, estuviera impregnado de ideología comunista.

 

Ya como entrenador, empezó a aplicar conceptos de marxismo-leninismo a su manera de trabajar (o eso decía, para beneplácito del Kremlin). Hablaba de actuar con “velocidad colectiva”, consistente en dejar atrás rivales con pases y no con carreras. Cual si su once fuera fábrica o comuna rural, Lobanovsky decidió que el esfuerzo había de colectivizarse en la cancha: o sea, que hasta el más talentoso debía cooperar en la recuperación de balón: “para atacar, es necesario el balón; para tener el balón hay que recuperarlo y eso es más fácil si ayudan once que si ayudan cinco”. Hombre adicto a la disciplina, veía el futbol como ciencia y los entrenamientos como laboratorio: “tenemos que orientar a los jugadores de una forma natural, basada en recomendaciones científicas”.

 

Cuando Lob rompió desde el Dynamo ucraniano la hegemonía rusa en la liga soviética, las autoridades de la URSS aceptaron alegres su teoría del “futbol comunista” y le dieron el cargo de seleccionador nacional. Él convocaría para México 86 a once elementos del Dynamo de Kiev y movería sus elevadas influencias para incorporar a este club a futbolistas de otros equipos; la idea, integrarlos mejor al equipo nacional, practicar con ellos a diario, potenciar el colectivo de la selección con su trabajo diario en Kiev.

 

Por donde se le vea, el caso Lobanovsky fue diferente al que ahora atañe al América-Tricolor. Para empezar, porque la fuerza de aquella URSS radicaba en ser un proyecto a largo plazo y bajo el mando de un individuo con absoluto poder.

 

El nuevo representativo mexicano, ése que buscará conquistar el pase mundialista contra Nueva Zelanda, está de origen planteado como emergente (incluso, temporal) y como solución extrema ante una crisis extrema.

 

En el fondo, esos diez americanistas convocados por Miguel Herrera tienen como principal ingrediente el conocer al entrenador y conocerse entre sí. A partir de eso, la contingencia neozelandesa intentará ser superada. Luego, se verá.

 

Me desagrada en extremo tener el cuarto seleccionador en tan pocas semanas. Me ha desagradado también el trato dado a un histórico de nuestro futbol como Víctor Manuel Vucetich (aunque, él mismo sabe, el desempeño en esos dos partidos fueron algo más que una condena). Me desagradan, además, los absurdos y las formas. Sin embargo, llegados a este punto en el que se corre a trompicones hacia la salida de emergencia con todo ardiendo, creo en esa solución.

 

Miguel Herrera y su Ameri-Tri, persiguen una de las grandes fortalezas del legendario y politizado Lobanovsky: la absolución futbolera a través del trabajo diario, el acoplamiento previo, el sentido colectivo que sólo hereda la rutina, la confianza derivada de convertir a la selección en club.

 

Quizá así. Ojalá que así.

Twitter/albertolati

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