La polémica acompaña a casi toda faceta del deporte belga, tal como lo ha hecho a instancia política, social, cultural. Es la división entre los dos bloques que conforman al pequeño país europeo occidental: al sur, los valones, francoparlantes; al norte, los flamencos, con un idioma muy similar al holandés.

                ¿Qué tanta polémica? ¿Cuánto rencor a un lado y al otro de esa línea divisoria entre latinos y germanos, que el destino fijó a media nación belga? Basta con recordar la rivalidad entre las tenistas Justine Henin-Ardenne (valona) y Kim Clijsters (flamenca): dos de las más grandes raquetistas en las últimas décadas coincidieron en el tiempo y en la nacionalidad, mas no así en la mitad del país a la que representaban.

 

En el 2009, mientras Bélgica pasaba cerca de dos años sin lograr ponerse de acuerdo para formar un gobierno (el período más largo jamás alcanzado, superando nada menos que al sufrido por Irak), el primer ministro interino, Yves Leterme, explicaba que sólo tres factores unen a todos los belgas, sin importar su región, cultura o idioma: el rey, ciertas marcas de cerveza y el equipo nacional de futbol.

 

No obstante, el departamento de prensa de la selección tiene la prudencia de agendar en las sesiones a un futbolista proveniente de cada mitad. El New York Times relataba la anécdota de cuando comparecieron, cada uno a un costado de la sala, el defensa del Arsenal, Thomas Vermaelen, y el volante del Zenit, Axel Witsel. Vermaelen atendía a los medios flamencos (pues hablará inglés al jugar en la Liga Premier, pero no francés), y Witsel a los medios valones (toda vez que no se expresa en flamenco). ¿Cómo se comunican en la cancha? Una pregunta muy complicada que ha sido respondida con goles por numerosas generaciones de talentos belgas.

 

Hasta antes del actual auge que ya tiene calificados a Brasil 2014 a los diablos rojos (o los Diables Rouges, para los valones; o los Rode Duivels para los flamencos), hubo una época gloriosa del seleccionado belga. Participaron en seis Copas del Mundo consecutivas (llegaron a semifinales en México 86) y fueron asiduos de las Eurocopas (con el subcampeonato en 1980).

 

Su regreso al máximo concierto del futbol se ha dado con una generación que incluye un factor de unificación jamás sospechado: elementos cuyos orígenes se ubican en los países africanos con acaso el más sangriento proceso de colonización. De Congo vienen elementos como el capitán del Manchester City Vincent Company, como el goleador Romelu Lukaku, como la joven sensación Christian Benteke. Con sus antepasados tal vez vinculados a los horrores del rey Leopoldo II y a las represalias por no recaudar la cuota exigida de caucho a fines del siglo XIX, ellos pacifican ahora a la selección de un país cuya familia real desciende del siniestro Leopoldo, cantando antes de los partidos un himno que clama adhesión al rey.

 

Company habla fluidamente flamenco y francés, lo que añadido a su capacidad futbolera y entereza fuera del campo, le ha fortalecido como genuino líder de esta generación. A su lado, una banda de juveniles que no halla límite. Thibaut Courtois, Edin Hazard, Marouane Feilliani, Mousa Dembélé, Kevin de Bruyne, Nacer Chadli, los mencionados Vermaelen y Witsel.

 

La Bélgica que eran dos ha regresado a los Mundiales y, con el multicultural concurso de sus hijos de inmigrantes, ya son más. Quizá ahí radique la clave de este nuevo éxito, en medio de un país que vive bajo permanentes amenazas de separación.

 

Renacimiento de su futbol, digno de las maravillosas Gante, Brujas y Bruselas.

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