Sin que suceda en la realidad, la afición tica ha querido presentarse como fuente de odio hacia el seleccionado mexicano y los medios nacionales, a su vez, han aprovechado la coyuntura para reflejar ánimos muy adversos respecto al Tri: que si las declaraciones airadas, que si los ticos gritando en el aeropuerto “van a ver el Mundial por televisión”, que si los intentos de los locales de no dejar dormir a los mexicanos este lunes por la noche.

                  Por principio de cuentas, debe aclararse que si en un sitio de Centroamérica no existe un clima anti-mexicano, es en Costa Rica. Poco que ver con lo que acontece en Honduras, El Salvador, Guatemala, donde todo lo que represente a México provoca ampollas y resentimientos.

 

País hospitalario como pocos que saluda bajo el grito de “pura vida”; población serena, sonriente y educada bajo toda circunstancia (incluido un partido eliminatorio que, a diferencia de éste, le sea definitorio), México suele jugar cómodo en San José. El Estadio Nacional alienta a sus muchachos, mas difícilmente pasa del abucheo al cuadro rival, lo mismo al entonarse el himno que al intentar jugar o hacerles un gol.

 

Reiteran, porque no hacerlo sería deportivamente absurdo, que les encantaría dejar fuera del Mundial a México, pero tampoco me dan el perfil de aficionados que una vez clasificados a Brasil 2014 requieran del premio adicional de haber eliminado al gigante ubicado unos kilómetros al norte. Honduras sí lo haría y eso que los catrachos mantienen la más peculiar de las relaciones futbolísticas respecto al Tricolor (para más señas o interés, publiqué un artículo al respecto en este espacio precisamente cuando México iba a visitar San Pedro Sula: que algún aficionado que gritaba “los odiamos mexicanos” portaba uniforme de Pumas; que otro decía, “no concebimos un Mundial sin México” y presumía un autógrafo de Cuauhtémoc Blanco; que muchos anhelan poder trabajar en nuestro país, así como escuchan de rutina música mexicana y compran en el supermercado artículos mexicanos).

 

El asunto es que si el odio hondureño hacia México es peculiar, el costarricense resulta por demás relativo. Joel Campbell, delantero que milita en el Olympiakos griego, clamaba que “Ustedes no son de respetar mucho a los rivales… Que a veces creen que son España (…) México se está dando cuenta de que vernos por encima del hombro no es fácil”.

 

Y, francamente, no ha mentido.

 

Y, francamente, no se ha excedido.

 

Y, francamente, la manera de aproximarnos a las selecciones centroamericanas tendría ya que haber cambiado, comenzando acaso por los medios de comunicación. Esa sobradez, esa suficiencia, esa arrogancia, no corresponde a los últimos resultados (por mucho que el Tri no haya perdido en Costa Rica desde hace más de dos décadas… Mas ellos ya ganaron en el Azteca).

 

La crisis actual del conjunto mexicano –a propósito de soberbia, no caigamos en el extremo de decir que el mal momento ya ha pasado– no se basa en arrogancia o faltar al respeto a los rivales, pero sí pudo comenzar ahí unos meses atrás. Lo que ahora se manifiesta como desconfianza, aridez ofensiva, inseguridad defensiva, falta de variantes, bien pudo iniciar en este Hexagonal cuando se recibió a Jamaica con esa actitud de perdona-vidas o cuando se permitió a Honduras levantarse de un 2-0 que más olía al tercero mexicano que a empate catracho.

 

Campbell no ha sido agresivo, sino sincero. ¿Que si quiere eliminar a México? “La afición estará con nosotros y queremos cerrar bien para que sea una fiesta para todos”. ¿Les suena eso a odio o afán vengativo? Para nada. No nos confundamos. Ganarán si pueden, aunque no será bajo dictado de las vísceras.

 

En lo anímico, me hubiera preocupado más cerrar en Honduras o El Salvador. No obstante, es en lo futbolístico en donde hoy radica la verdadera preocupación: en el hecho de saber que el desempeño en todo este 2013 ha sido paupérrimo y todavía no ha mejorado a cabalidad.

 

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