Sí. El viernes pasado vivimos uno de los capítulos más épicos en la historia de la selección mexicana.

No. Eso no puede ocultar una serie de verdades tan irrefutables como preocupantes: primero, que sólo se trataba (dicho con el mayor de los respetos) de la poco experimentada selección panameña, la cual nos propinó un espanto máximo; segundo, que se jugaba en el Azteca, sitio que hasta fines del 2012 suponía un fortín inexpugnable para los rivales de México y otra vez distó de serlo; tercero, que la crisis de confianza luce tan aguda como la aridez en creación de juego: orfandad de genialidad, pero también de seguridad o autoestima futbolera; cuarto, que al margen de quién sea alineado, existe miedo: a tener el balón, a generar, a intentar, a cargar responsabilidad; quinto, que hubo mayor continuismo respecto a lo hecho por el cuerpo técnico anterior de lo que debía esperarse, considerando las extremas circunstancias bajo las que se suscitó este relevo y la urgencia de romper con moldes que fracasaron; sexto, que tuvo que aparecer una maravillosa y postrera chilena para sacar a los once de verde del estado de marasmo en que se desplomó tras el empate panameño e, incluso antes, cuando inconscientemente se fueron retrasando líneas y apostando a contener en vez de atacar; séptimo, que quien ataca a México lo hace sufrir; y por mucho que ataca México, padece para hacer sufrir; y, octavo, que regresó la suerte, mas no así, el futbol; que volvieron las vísceras, mas no la calidad; que retornó la ilusión, mas no en automático el gol… Y sin gol, seguimos casi como empezamos… Y, sin gol, simplemente no hay paraíso.

 

Tiene que suceder algo por demás dramático para que México pierda ese cuarto puesto en el Hexagonal (caer en Costa Rica y que Panamá se imponga contra Estados Unidos). Es decir, que la primera meta de Víctor Manuel Vucetich seguramente se cumplirá y lo siguiente será Nueva Zelanda, incluido el cierre de la recalificación en tan distante isla.

 

Sin embargo, lo del viernes es para analizarse en dos vertientes: por un lado, asumir que por primera vez en muchos meses y en tan fatídica eliminatoria, los astros sonrieron al Tricolor (con todo y que se empeñaron en sufrir, al desaprovechar un penalti regalado); por el otro, que si esto no cambia diametralmente, el cuadro mexicano será carne de cañón frente a los corpulentos y rodados neozelandeses (éstas, dos características que duelen en particular a las huestes vestidas de verde).

 

Al asumir Vucetich, se pensó que la premura propiciaría que aferrara su destartalado conjunto a bloques, lo cual invitaba a pensar en la inercia ganadora del América como pilar del cual sostenerse. No obstante, el único elemento águila que abrió contra Panamá fue Miguel Layún (el héroe, Raúl Jiménez, ingresó ya cuando se corría a trompicones hacia las salidas de emergencia). Más aun, los únicos bloques identificables fueron dos Tigres en la defensa (Hugo Ayala y Jorge Torres Nilo) y dos del Villarreal en zona de ataque (Javier Aquino y Gio Dos Santos, a los que vendría bien imaginar que juegan vestidos de amarillo y no de verde, porque de nueva cuenta fueron una burda calca de lo que suelen ser en España). Para colmo, se trabajó desde hace tres semanas con quienes actúan en equipos mexicanos, aunque finalmente todos los convocados europeos arrancaron.

 

Al margen de la escasa reputación del rival, era un juego de altísimo riesgo y lo mejor es que ya pasó, dejando como estela esos tres puntos.

 

Costa Rica implicará un reto diferente, pero tendría que representar el punto de partida de algo más, porque lo del viernes para casi nada alcanza (más que para lo esencial a inmediato plazo, que es seguir con vida).

 

¿Qué tal si se empieza por poner a jugar a los que andan mejor? ¿Qué tal si se permite debutar a un verdadero creativo como Lucas Lobos? ¿Qué tal si de una vez por todas se consuma un exorcismo o terapia de choque que devuelva a este plantel algo de las certezas extraviadas?

 

La chilena de Raúl Jiménez es plantea dos senderos y en los pupilos de Vucetich está decidir cuál de ellos se toma: crecerse, bajo el entendido de que épica y lírica esta vez nos han consentido y mimado; o desplomarse, asumiendo que el desastre volvió a ser el más cercano de los precipicios.

 

Entre el milagro y la angustia, a lo que sigue, que es este martes en San José.

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