Cuando Carlos Castañeda se enteró de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco -aquella fatídica tarde de octubre del 68-, este joven de casi treinta años supo de inmediato qué hacer, aunque también entendió que su decisión sería un camino sin retorno.

 

Procedente de una familia humilde, Carlos había intentado ser seminarista pero,  obnubilado por los laberintos que desde entonces le habitaban la mente, se hizo de una pistola y planeó su golpe. El 5 de febrero de 1970, el presidente Díaz Ordaz estaría en un evento al aire libre en el Monumento a la Revolución. Postrado entre la muchedumbre que se conglomeraba en el lugar, Castañeda esperó el momento preciso y actuó conforme lo planeado, sacó su pistola y disparó.

 

Carlos supo el papel que le tocaba en esta historia, estaba decidido a morir con tal de vengar los asesinatos del 68; su condena, por el contrario, no fue la muerte sino la vida, una vida sobajada, brutalmente disminuida, casi aniquilada por el poder, un gobernante y un sistema que no dejaron duda sobre el destino que tendría todo aquel que osara realizar un acto de tal calibre.

 

En El Paciente Interno, extraordinario documental dirigido por el egresado del CUEC Alejandro Solar Luna, se da cuenta del destino de este hombre que quiso matar al Presidente de la República. Luego de ser llevado a las oficinas de la extinta Dirección Federal de Seguridad y de ser torturado por el mismísimo Nazar Haro, Carlos Castañeda fue recluido no en una cárcel, sino en un manicomio – el Hospital Samuel Ramírez Moreno- sin que mediara algún papel que indicara su condición clínica o la razón para internarlo. Ahí, se le encerró en un pabellón construido ex-profeso -“por órdenes de muy arriba”-  para así mantenerlo en completo aislamiento, en un lugar obscuro, sin luz directa, sin ventanas, y con una pelota como único distractor.

 

Sin juicio previo, sin papeles, sin prescripción médica y sin un proceso legal de por medio, con una total impunidad de Estado, Carlos Castañeda pasó encerrado en un psiquiátrico más de 23 años.

 

Lo que en un principio sería un documental que diera testimonio de esta historia, toma un giro inesperado cuando el director, Alejandro Solar Luna, encuentra a don Carlos, quien ahora deambula por las calles del Distrito Federal, con su biblia bajo el brazo, pidiendo limosna en las iglesias y durmiendo en las calles.

 

El resultado es simplemente brutal. Mediante una edición ágil -reminiscencias a Se7en (Fincher, 1995) y JFK(Stone, 1991)- y una estructura académica pero jamás aburrida, Solar Luna presenta una cara desconocida de la represión, una que no se contenta con ejercer violencia física o aniquilar al contrario, sino que se plantea un objetivo aún más perverso: destruir de manera sistemática la vida y personalidad de un individuo, pasando por encima de sus derechos más fundamentales.

 

El asombro es mayúsculo, la denuncia es por demás prudente y atinada; la cinta no sólo cuestiona el autoritarismo y la represión que se vivió en el 68, no sólo da nueva luz sobre las miles de desapariciones forzadas que ocurrieron en la época de la guerra fría en los setenta, sino que además nos hace cuestionarnos sobre cómo tratamos a nuestros enfermos mentales, a las personas en situación de calle, a los vagabundos que deambulan por las ciudades.

 

Hoy, que tanto se manosea la palabra “represión”, la historia de Carlos Castañeda provoca dos preguntas: ¿es posible que regrese esa brutal violencia de estado?, y más importante aún, ¿lo permitiremos?

 

El Paciente Interno (Dir. Alejandro Solar)

4 de 5 estrellas.