“Virtuous people are simply those who have. . . not been tempted sufficiently, because they live in a                                                                                                                                     vegetative state, or because their purposes are so concentrated in one direction that they have not had                                                                                                                              the leisure to glance around them.’ – Isadora Duncan

 

Bailarina y coreógrafa estadounidense, considerada por muchos como la creadora de la danza moderna. Los temas de las danzas de Isadora fueron clásicos, frecuentemente relacionados con la muerte o el dolor.

 

Sus puestas en escena fueron revolucionarias, y en cierto sentido minimalista, apenas algunos tejidos de color azul celeste, una túnica vaporosa que dejaba adivinar el cuerpo y entrever las piernas desnudas y los pies descalzos. Bailaba sin maquillaje y con el cabello suelto, todo un contraste con la danza clásica a la cual estaba acostumbrada la sociedad en el inicio del siglo pasado.

 

Angela Isadora Duncan, conocida como Isadora Duncan, nació en San Francisco, Estados Unidos el 27 de mayo de 1877. Hija de un matrimonio disfuncional con una vida de penurias, hecho que influyó al parecer, en el alejamiento de la familia de la fe católica que habían profesado.

 

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Abandonó la escuela a la edad de diez años, comenzó junto con su hermana Isabel a impartir clases de danza a otros niños de su barrio, mientras su madre, Dora, daba lecciones de piano para sustentar a la familia. Predominaban en las lecciones música de Mozart, Schubert y Schumann, que tuvieron una indiscutible influencia en el desarrollo artístico de Isadora.

 

Fue una niña solitaria y retraída que solía jugar en la playa mientras observaba el mar.

 

Su fascinación por el movimiento de las olas sería el germen en su arte en los años posteriores. La niña Isadora imaginaba entonces movimientos de manos y pies que acompañaban a las olas de la bahía de San Francisco, y que serían el origen de su peculiar estilo en la danza.

 

Cuando llegó a la adolescencia, la familia se mudó a Chicago, donde Duncan estudió danza clásica. Durante este tiempo la familia perdió todas sus posesiones en un incendio provocado por su padre, se trasladaron nuevamente, esta vez a Nueva York.

 

Al sentir que la vida no le ofrecía felicidad alguna, convenció a su madre y a su hermana para que la familia emigrara a Europa. Irónico evento, ya que por aquel entonces media Europa intentaba emigrar a los Estados Unidos para alejarse de la penuria económica y encontrar un futuro mejor, pero aun así las Duncan partieron en 1900 y se asentaron en Londres. Posteriormente se mudaron a la Ciudad Luz, Paris.

 

 

Durante su etapa londinense Isadora, siempre inquieta y autodidacta, pasó largas horas en el Museo Británico. Donde observó con cuidado las expresiones artísticas de la Grecia clásica, y muy especialmente los vasos decorados con figuras danzantes. De ellas adoptó algunos elementos característicos en su danza, tales como inclinar la cabeza hacia atrás como las bacantes. Es en esta época, cuando comienzo a consolidarse el estilo único de Isadora.

 

Se trató de una danza muy alejada de los patrones clásicos conocidos hasta entonces, incorporando puestas en escena, movimientos que tenían más que ver con una visión filosófica de la vida ligada al expresionismo, línea de pensamiento artístico incipiente por aquella época. Por lo tanto, una búsqueda de la esencia del arte que sólo puede proceder del interior.

 

Isadora fue plenamente consciente de que su estilo suponía una ruptura radical con la danza clásica, y en este sentido se veía a sí misma, como una revolucionaria precursora en un contexto artístico, en la revisión de los valores antiguos.

 

Al tiempo que su estilo se iba consolidando, Isadora estudiaba en profundidad la danza y la literatura antigua, a través de los museos, particularmente el Louvre de París, la National Gallery de Londres y el Museo Rodin.

 

Es comprensible que el estilo de Isadora chocase en un principio al público del momento, acostumbrado al lenguaje de la danza clásica. Tuvo que aguantar abucheos e interrupciones de diversa índole en sus sesiones de danza durante algún tiempo, siendo notable en este sentido la polémica que se desató durante una gira por América del Sur en 1916.

 

Isadora Duncan tuvo una vida íntima tan poco convencional como la expresión de su arte, vivió siempre al margen de la moral y las costumbres tradicionales. La vida privada de Isadora no estuvo exenta de escándalos, ni tampoco de tragedias.

 

La más espantosa fue ciertamente la muerte de sus dos hijos Deirdre y Patrick, que se ahogaron en un accidente en el río Sena en París, en 1913, al caer al agua el automóvil en el que viajaban junto a su nodriza.

 

Duncan fue bisexual, y mantuvo relaciones con algunas mujeres conocidas de su época, como la poetisa Mercedes de Acosta o la escritora Natalie Barney. Se le atribuyeron muchos otros romances no confirmados con otras mujeres, tales como la actriz Eleonora Duse o Lina Poletti.

 

 

 

Hacia el final de su vida, la carrera de Isadora había empezado a declinar. Fueron para ella tiempos de serios problemas financieros y diversos escándalos sentimentales, acompañados por algunos episodios de embriaguez pública. Todo esto la fue alejando de sus amigos y su público, y finalmente de su propio arte. Isadora vivió aquellos años finales entre París y la costa del Mediterráneo.

 

Murió en un accidente de automóvil acaecido en Niza, Francia, la noche del 14 de septiembre de 1927, a la edad de 50 años. Murió estrangulada por la larga chalina que llevaba alrededor de su cuello, cuando ésta se enredó en la llanta del automóvil en que viajaba. Fue incinerada, y sus cenizas fueron colocadas en el columbario del Cementerio del Père-Lachaise en París, Francia.

 

En el panteón de San Fernando de ciudad de México, hay un nicho mandado a poner por los fans de la época en homenaje a su nombre.