La FIFA suele presionar a los países sede de mundiales con un contrato que los compromete a ciertas cláusulas; por ejemplo, una cantidad mínima de estadios a entregarse en determinada fecha límite, específicas condiciones de organización e infraestructura, la indispensable concesión de quedar exentos de pagar impuestos por todo lo que generen en tal evento.

 

Sin embargo, por primera vez dicho contrato parece ir en contra de los intereses del organismo futbolero, porque FIFA también firmó que el torneo será en Qatar, por mucho que ahora intente cambiar de opinión. Las recurrentes aseveraciones de Joseph Blatter respecto a la inconveniencia del Mundial 2022 en dicho país, dan para numerosas consideraciones: “Fue irresponsable plantear el Mundial en Qatar”, “Pudo ser un error”, “Nos equivocamos al creer que se podría jugar en verano”.

 

¿Para qué existe entonces la comisión inspectora de FIFA que acude a la nación candidata y escudriña la posibilidad de albergar ahí un Mundial? ¿De qué sirven sus calificaciones y hojas de análisis? ¿Será que tal comisión no dio relevancia al clima del Golfo Pérsico en verano? Peor aún: ¿Será que no se enteró de las temperaturas a las que se llega en junio o más bien se conformó con escuchar que los estadios serían climatizados y poco le preocupó cómo se sobreviviera fuera de ellos?

 

Nada de que extrañarse si recordamos que para el Mundial 2002, cuando se decidió compartir la sede entre Japón y Corea del Sur, algún delegado de FIFA se atrevió a decir que sería bueno abrir las fronteras para que los aficionados pudieran desplazarse en coche de un país al otro (lo que tal dirigente no sospechó, es que Japón es una isla, y que todo coche que pretendiera desplazarse a Corea caería irremediablemente en las aguas del Mar de Japón como no fuera un submarino).

 

Tan insistente desconfianza de Blatter luce como intento de lavarse las manos y desmarcarse de eventuales errores en Qatar 2022. El todavía presidente así presiona para modificar las fechas y poder mudarlo a invierno, algo que tendría repercusiones complejas para el calendario futbolero y ha sido rechazado tanto por la Liga Premier inglesa como por la Federación Alemana.

 

“Si la decisión fue un error, debería revocarse y no cargar contra aquellos que no están interesados en el cambio del torneo al invierno. Ese cambio no sólo afectaría a la Bundesliga sino a las divisiones inferiores, a la unidad del futbol alemán”, explicaba el directivo germano Theo Zwaziger.

 

Karl-Heinz Rummenigge, quien encabeza la Asociación de Clubes Europeos, por fin ha admitido que “sería más razonable jugarlo en invierno que en verano”, aunque ahí se abre otro debate: Blatter plantea que en noviembre, mientras que el titular de la Unión Europea de Futbol, Michel Platini, dice que en enero.

 

Por si lo anterior no bastara, se ha desatado otro conflicto de intereses: el Comité Olímpico Internacional no permitirá que el Mundial choque en fechas con los Olímpicos de invierno, actitud idéntica a la de las autoridades tenísticas en protección de la audiencia del Abierto de Australia.

 

Le darán muchas vueltas y Estados Unidos se mantendrá expectante en su afán de quedarse con la sede perdida a manos de Qatar… Pero dudo que puedan modificarlo.

 

Sucede que así como el contrato obliga al país anfitrión a no cobrar impuestos a la FIFA por los miles de millones de dólares ganados en dicha demarcación geográfica durante el certamen, ese mismo papel aclara que el torneo será en Qatar. ¿Cuándo? Cuando quieran o cuando puedan. ¿Cómo? Como quieran y como puedan.

 

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