Resulta fácil imaginar a muchos directivos europeos unas décadas atrás; podemos visualizarlos como niños que asustan a sus padres el domingo por la noche con la noticia de que tienen una tarea importantísima que entregar al siguiente día, que si no la hacen bien todo el curso se irá irremediablemente a la basura, que además había que comprar en la papelería tal o cual material.

 

Exactamente eso sucede año con año conforme se acerca el cierre de registros de la UEFA, definido esta vez para el lunes 2 de septiembre a la medianoche.

 

Se sobreentiende que las vicisitudes obvias del reloj forman parte de este esquema: algunos se fortalecen al no incrementar su oferta hasta el último instante (sabedores de que peor es para el club vendedor quedarse con un futbolista que ahí no quiere jugar más); otros agarran valor al no bajar sus exigencias (bajo el entendido de que quien tanto ha insistido por su estrella, no se dará el lujo de prescindir de ella y sacará otros millones de su guardadito).

 

El asunto es que estamos a cinco días de que el mercado quede formalmente clausurado y el Real Madrid está otra vez contra las cuerdas. ¿Por qué razón le sucede tan a menudo? Porque suele buscar a elementos que no están en venta, lo cual genera mayor tensión en las negociaciones y afianza la posición del equipo con el que negocia. El año pasado, Luka Modric tardó mucho tiempo en rendir precisamente porque llegó tarde, porque careció de pretemporada, porque no tuvo margen de adaptación, porque sus piernas arrancaron a un ritmo diferente. Al igual que dicho volante croata, Gareth Bale milita en el Tottenham y no existía intención original de deshacerse de sus servicios (incluso, en ambos casos, la dirección técnica del conjunto londinense ha insistido permanentemente que cuenta con ellos, aunque con Bale como en su momento con Modric, sabe bien que deberá sobrevivir sin su concurso).

 

Pero no es sólo el caso Bale, llamado a convertirse en el fichaje más caro de todos los tiempos. Dos de los mejores delanteros del momento, aguardan noticias sobre su destino. Wayne Rooney del Manchester United y Luis Suárez del Liverpool, también podrían cambiar de uniforme en estos días. Lo mismo con algunos pilares del Real Madrid como Mesut Ozil y Ángel Di María, cuya permanencia puede tener relación directa con el desenlace del affaire Bale.

 

Otro tema pendiente y pospuesto al límite, es qué hará el club Arsenal, cuyas contrataciones –si es que las hay– siguen siendo un misterio. Lo mismo, si el Barcelona finalmente adquirirá un defensa, el Chelsea un delantero o el Manchester United un mediocampista.

 

Toda una carambola de último instante puede desatarse en cuanto el Madrid suelte al Tottenham esos cien millones de euros, efecto dominó que desplazaría de equipo a muchos jugadores, empezando por algunos de la entidad merengue (Ozil ya salió muy molesto al ser sustituido contra el Granada y el mismísimo capitán Iker Casillas medita cambiar de aires).

 

Sin embargo, a día de hoy, estamos atorados en la calma del domingo que antecede al regreso de vacaciones, cuando el niño no se ha acordado de que tiene que preparar una elaborada tarea y la familia pasea tan campante esperando que anochezca.

 

Cinco días y contando. Podemos dar por hecho que muchísimo está todavía por suceder.

 

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