Metáfora a menudo de la vida, el deporte no logra evitar ese tipo de problemas: ¿cómo hacer a un lado dignamente a quien tanto ha hecho por tu causa, cuando consideras que ya es momento de prescindir de él?

 

Mal manejado lo anterior suele derivar en que el astro se pretenda eterno y exija por siempre permanecer, así como, el polo opuesto, se le eche sin mayor contemplación ni gratitud.

 

Raúl González es uno de esos personajes difíciles de dimensionar en su verdadero tamaño. Como todo español y canterano madridista de los últimos 18 años, Raúl vivió condenado a la banca y siempre terminó jugando. No importaba quién llegara, no importaba en qué posición fuera, siempre se colaba al once inicial porque su talento y entrega eran únicos e irremplazables. Así como lleva a esta generación de merengues la ventaja de que en su época se conquistaron tres Ligas de Campeones (en la actual, todavía ninguna), tiene frente a esta generación de seleccionados españoles la desventaja de haber sido orillado precisamente antes de que llegara el primero de los títulos internacionales (Euro 2008, Mundial 2010, Euro 2012).

 

Sin embargo, al margen de trofeos y glorias, Raúl representa mucho más. Un tipo educado, sensato, prudente, inteligente, casi atípico para este medio, que supo madurar de forma ejemplar tras haber debutado como niño prodigio a los 17 años. Reflejo de este perfil, sus actitudes suelen ser mesuradas y cuando sintió que en el Madrid no tenía el tipo de rol que él deseaba (o sea, la titularidad), prefirió marcharse a otro lado sin efectuar mayores conflictos ni enrarecer el ambiente con incendiarias declaraciones.

 

En Alemania apreciaron de inmediato algo que el Madrid parecía nunca haber notado: que esta leyenda viviente estaba hecha de un material distinto. Tras dos espléndidas temporadas en el Schalke 04, fue ahí donde recibió los homenajes que su casa nunca le concedió.

 

Ahora, de manera tardía pero igualmente emotiva, el conjunto merengue ha permitido a Raúl este cotejo en su honor. Fue ni más ni menos que el rey Juan Carlos I quien le entregó una réplica de la Cibeles (glorieta símbolo del madridismo), a lo que el 7 respondió con lágrimas y las gradas coreando el nombre del crack. En el Bernabéu, Raúl cumplió con los dos patrones que lo definen: primero, anotando; segundo, actuando con los modales que lo distinguen, al correr a entregar a Iker Casillas el gafete de capitán merengue que él portó en el primer tiempo y al obsequiar a Cristiano Ronaldo su uniforme, ese dorsal 7 que tuvo a bien prestarle por un día.

 

El caso Raúl, su condición de leyenda exiliada y sus modales, nos permiten reflexionar sobre la situación actual del guardameta Iker Casillas. Multicampeón y capitán tanto con el Madrid como con la selección, nadie tiene claro cuál es el presente de Iker. Tras ser enviado a la suplencia por José Mourinho, nadie esperaba igual atrevimiento de un teórico pacificador, como era visto Carlo Ancelotti. Pero Casillas estuvo en la banca el domingo pasado y hace que se intuya algo más detrás de esta decisión: si dos directores técnicos no lo desean como titular, alguna razón tiene que existir.

 

Alguien como Casillas (o como Raúl, o en otros sitios como el romanista Francesco Totti, o en Manchester United, Ryan Giggs, o el barcelonista Carles Puyol), no está para continuar su carrera a la sombra o a la espera de que se lesione un compañero. Se entiende que el futbol posee inevitables ciclos (no digo que el de Iker se haya cumplido), lo que hace indispensable sinceridad con la leyenda que ya no interesa para que se marche a donde se le valore y aproveche mejor.

 

El Real Madrid debe ser el primer incómodo con ver a su estandarte en la banca. El propio Madrid, entonces, debe remediarlo. Cuestión de modales que han de tenerse con una leyenda. Algo que Raúl en su momento sí tuvo, pero los merengues no.

 

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