The Conjuring (Dir. James Wan)

 

En una de las muchas conversaciones que Alfred Hitchcock sostuvo con François Truffaut (recopiladas en el libro “El Cine según Hitchcock”), el llamado maestro del suspenso le contaba a su colega que lo que más le gustaba de Psycho (1960) es que era un filme en el que los personajes y la trama importaban poco, lo que importaba era la edición, la foto, el encuadre y sobre todo la música. Con esos elementos puramente cinematográficos Hitchcock habría conseguido crear “una emoción de masas”, una experiencia que perturba a la audiencia a partir de un “film puro”.

 

El malayo James Wan evidentemente está años luz de Hitchcock, pero hoy día puede presumir tener bajo el brazo un filme que también perturba, emociona, asusta y genera toda una serie de reacciones, provocando una histeria colectiva que no se veía desde El Exorcista (William Friedkin, 1973).

 

Es 1970. La esposos Roger y Carolyn Perron (Ron Livingston y Lili Taylor como afables padres de familia) han utilizado todos su ahorros para comprar una amplia aunque algo vieja casona a las afueras de Rhode Island, Estados Unidos. Lo que para otra familia tal vez sería un exceso para los Perron es vital toda vez que ellos no saben de familias pequeñas: tienen cinco hijas a quienes cuidar, educar y mantener. Por si lo anterior no fuera suficientemente terrorífico resulta que, para su mala suerte, cosas extrañas comienzan a pasar en su nueva casa: puertas que crujen, ruidos raros, cuadros que se caen y relojes que se detienen en la madrugada, marcando siempre la misma hora, 3:07 A.M.

 

Sin la opción de abandonar la casa, los Perron recurren a Ed y Lorraine Warren (perfectos Patrick Wilson y Vera Farmiga), famosa pareja de cazafantasmas, demonólogos, expertos de lo paranormal que -luego de comprobar lo delicado del caso- deciden ayudar a la familia, aunque obviamente no será fácil librarlos de este ente que los persigue. El pequeño gran detalle en todo esto es lo siguiente: tanto los Perron como los Warren en verdad existieron y en efecto dieron batalla contra el mal que los acosaba.

 

Al género del cine de terror le hacía falta una película como ‘El Conjuro’. A diferencia de las cada vez más abundantes franquicias que se dedican a sobreexplotar una fórmula (el gore, el falso documental o el ya tan manoseado found footage), ‘El Conjuro’ regresa a lo básico mediante una delicada y sutil creación de atmósferas donde la construcción psicológica y el constante clima sugerente es lo que genera pavor en la audiencia.

 

Para ello Wan recurre, principalmente, al recetario Hitchcock: que no sean los personajes ni la historia, sino el ambiente, la sugerencia, el encuadre, el manejo de los espacios, de los silencios o la obscuridad los que detonen el pánico en la audiencia. El público siente miedo no por que se identifique con el dilema de la familia Perron, se identifica con los momentos de tensión, tan similares a tantas cintas de terror que hemos visto, pero tan efectivos para hacernos saltar de la butaca. Wan abreva de múltiples fuentes (Carpenter, Castle, Cronenberg, Polanski) pero el miedo no está en la pantalla, está en nuestra mente, en la evocación a nuestros propios miedos.

 

El resultado es impactante: gritos en la sala, suspiros, risas nerviosas pero, sobre todo, silencios, silencios que hablaban de atención, tensión y verdadero miedo. Una histeria colectiva que sólo puede suceder en una sala de cine con un grupo de personas entregadas a un sólo sentimiento: el terror.

 

Hitchcock estaría complacido.

 

The Conjuring (Dir. James Wan)

4 de 5 estrellas.

 

Con: Patrick Wilson, Vera Farmiga, entre otros.