Tema ya trillado y por demás comentado, pero no por ello exento de debate: la competitividad del futbol español.

 

Desde otros países europeos se contemplan con burla los marcadores que los gigantes ibéricos logran cosechar, el volumen de sus goleadas, la implacabilidad de su hegemonía.

 

El Barcelona del DT Gerardo Martino debutó enfrentando a un equipo que a priori no está condenado al descenso ni considerado en el más bajo nivel del torneo. En todo caso, el Levante se comió siete goles y no más porque el Barça hasta ahí quiso. Sin emplearse a fondo, repitiendo minuto a minuto lo que tan buenos resultados le ha generado en el último lustro, consciente de que su superioridad derivará tarde o temprano en abrir al rendido rival.

 

Un Barcelona que dio ya minutos a Neymar y que al menos por este domingo no padeció una defensa que tendría que ser reforzada pero no lo ha sido.

 

Justo mientras los blaugranas se iban a la ducha con más de media docena de festejos, el Madrid de Carlo Ancelotti enfrentaba al Betis y de inmediato daba similares sensaciones, aunque su gol tempranero no llegó. Sufrimiento al límite de los merengues, padecimiento hasta el último minuto, pero victoria al fin.

 

Inició ya entonces la escapada de los dos monstruos. Inició ya entonces el vivir a su espalda de los otros 18 resignados a que en esta liga no tienen más que rol de comparsas o vivir a la espera de un milagro. Inició ya entonces la alguna vez llamada Liga de las Estrellas y que es más bien Liga de dos Estrellas.

 

Solamente nueve equipos han sido campeones en casi un siglo de historia del certamen español y otros cinco han alcanzado el segundo lugar. Salvo para merengues o blaugranas, esto se empieza a hacer aburrido, a menos que se busque alguna meta alterna que entretenga: calificar a Champions, meterse a Europa League, lograr la permanencia, ganar el respectivo derby, ser el valiente que arrebata puntos a alguno de los gigantes… Más la liga o copa, como dice el cántico, casi para todos se mira y no se toca.

 

Esto no es demasiado diferente en Inglaterra, pero al menos ahí se han coronado cuatro distintos en la última década y existe la sensación de que es más fácil para los titanes llevarse alguna desagradable sorpresa y ceder puntos casi contra cualquier rival.

 

En Italia es clara la repartición de títulos de los grandes –Juventus, Milán e Inter- aunque al menos aparecen diferentes cuadros y no se vive de goleada en goleada. Mucho menos en Francia, repartidísima con seis campeones diferentes en los últimos seis años.

 

El caso alemán presenta a Bayern y Borussia Dortmund en otro universo, pero la historia reciente dice que quien trabaja y ficha bien (Wolfsburg 2009, Stuttgart 2007, Werder Bremen 2004), puede arrebatarles alguna liga.

 

Si una diferencia tiene el futbol español respecto a los otros aquí mencionados, al margen de la competitividad, es la repartición de dinero por concepto de televisión. Madrid y Barcelona, tan acérrimos enemigos en la cancha, son hermanos en los despachos, son aliados al negociar separados de los demás fomentando otro tipo de ingresos –y, por ende, de perspectivas de gasto- que el resto.

 

El Barça ha abierto tal como ha jugado en los últimos años: arrasando y sin mucho esfuerzo. Los blancos lo han hecho con mayores problemas, pero nadie duda de cómo evolucionarán. Esta liga, es cosa de dos. Los roles protagónicos, una vez más, poseen dueño de antemano.

 

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