Con un pedazo de su historia por siempre idealizado y, por ende, jamás superado, el club Nápoli vuelve a acaparar reflectores tras años de corrupción, fracasos, bancarrota e incluso desaparición.

 

La referencia y punto de imposible comparación siempre será el equipo comandado por la mejor versión de Maradona en la segunda mitad de los ochenta. Fue el fino futbol y fueron los títulos sin precedentes, sí, pero fue también lo bien que explotó la problemática napolitana ese sociólogo empírico de nombre Diego Armando. Cada declaración y actitud, iban encaminados a mostrar la discriminación a menudo padecida por los italianos del sur, a evidenciar la fractura social.

 

El futbol de este país había sido dominado por los gigantes del norte, cada uno respaldado por los recursos de las más millonarias familias italianas: los Agnelli, dueños de Fiat y Ferrari, con la Juventus; los Moratti, potentados petroleros, con el Inter; Silvio Berlusconi, que empezaba a hacer fortuna en los medios y aún no entraba a la política, había adquirido el Milán. A ese juego metió Maradona al Nápoles y de esa tensión supo sacar tajada.

 

Cuando ya habían sido campeones y estaban por disputar la final de copa, un periodista explicó al 10 cuántos años habían pasado desde que alguna institución logró tal doblete. La respuesta de Diego fue así: “Sí, pero nosotros los del sur no dejamos pasar las oportunidades”.

 

Buena parte de las memorias de Maradona profundizan en esa temática y recuerdan los letreros de “Bienvenidos a Europa” con que recibían al Nápoles en el norte italiano (dando a entender que son africanos) o los de “¡Báñense!” (burla que mezclaba la pobreza de su ciudad con falta de higiene). No obstante, a lo que voy es a lo que pasó después con el conjunto azul. Obviamente, no repitió gestas como ser campeón de liga o mucho menos de un certamen europeo, pero una caída libre estaba en marcha.

 

Tras ir y venir entre primera y segunda división, el equipo se declaró en bancarrota y tuvo que reinscribirse en tercera categoría con otro nombre. El productor de cine Aurelio de Laurentis, se comprometió en el guión más romántico y complejo de su carrera, decidiendo salvar al equipo.

 

En plena tercera división, más de 50 mil aficionados asistían cada semana a apoyar a los napolitanos. Así, no sólo llegaron el ascenso a segunda y tan pronto el regreso a primera, sino también a ganar un trofeo (la Coppa Italia 2011-2012) y el retorno a disputar Liga de Campeones de Europa. Todo lo anterior, con un factor poco habitual en el balompié italiano y casi atípico para este club: con números negros, sin déficit alguno, en los últimos cinco años.

 

De cara a la presente edición de la Champions League, hizo caja vendiendo a su estrella Edinson Cavani por 84 millones de dólares y con ello busca afianzar su plantel: los ex madridistas Albiol, Callejón e Higuaín han llegado, además del portero del Liverpool Pepe Reina y otros prometedores refuerzos.

 

La idea de Di Laurentis es recibir a futbolistas con experiencia en Liga de Campeones para contar con el oficio requerido para este torneo.

 

Es un gran Nápoles el que se ha edificado a la salida de su campeón de goleo Cavani. Un gran Nápoles que hubiera sido imposible de sospechar apenas ocho años atrás. Un gran Nápoles a la sombra del mitificado equipo de Maradona de mediados de los ochenta.

 

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