Cuando era niño me llevaban a un restaurante de mariscos en Coapa, la Costa de San Juan, hoy desaparecido. Para llegar tomábamos Periférico hasta donde el viento daba vuelta. Tengo muy presentes las innumerables ocasiones en las que veníamos en una vía de alta velocidad, pasábamos por una zona verde y de pronto la vialidad se terminaba, regresábamos un poco y llegábamos a los deliciosos mariscos.

 

En los planos de la ciudad aparecía el Periférico hasta Cuemanco. Más allá había una reserva, no había casas y la “civilización” continuaba unos kilómetros después. A principios de los noventa, siendo regente Manuel Camacho Solís, el Periférico se completó de una manera simple: carriles laterales para conectar los tramos faltantes en el sur y en el norte, más algunos puentes para pasar humedales y canales. Se reservó el espacio para los carriles centrales pero éstos no se construyeron.

 

Hace tres años dirigí en el Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo, con el apoyo de la empresa Modelística, un estudio de posibles corredores para transporte masivo en la modalidad de Metrobús. Uno de los corredores analizados fue el de Periférico Oriente y Sur. La estimación de demanda superaba los 250 mil usuarios. En algún momento nos preguntamos si estábamos dispuestos a afectar los amplios camellones de un tramo del Periférico para hacer servicios exprés.

 

En algunos tramos, el Periférico Oriente es sumamente amplio: 100 metros de ancho. Esto ha permitido que en la reserva para los carriles centrales hoy haya parques, canchas, juegos, fuentes y espacio público en general. Conforme a mediciones de imágenes satelitales hay aproximadamente 12 hectáreas de espacio público y decenas de colonias sin parques públicos en ambas márgenes de la vía.

 

Soy opositor a las autopistas urbanas en general, por el estímulo que representan en el uso del auto –aunque reconozco ser usuario ocasional–. Las obras del Periférico que ya están en operación redujeron banquetas, incrementaron el ruido y la contaminación en la zona, entre otras afectaciones. Sí han agilizado los movimientos de la población más rica de la ciudad, pero por ejemplo no han servido de nada para el transporte público como se había prometido originalmente.

 

La inminente construcción de la Autopista Urbana Oriente, sobre espacios deportivos y recreativos en Periférico Oriente, me deja dos reflexiones nuevas.

 

Primera reflexión. El gobierno dice: Voy a construir una autopista urbana porque hay congestión y automovilistas que están dispuestos a pagar por esto. Al hacer esta obra estoy cancelando de por vida un proyecto de transporte que beneficiaría a 250 mil personas y básicamente lo estoy haciendo porque como gobierno no tengo recursos para construir un Metrobús de Pantitlán a Vaqueritos. ¿No estoy siendo demasiado inequitativo en mi política pública?

 

Segunda reflexión. Construya lo que construya (transporte público o autopista) ¿es justo dejar sin espacios deportivos o de esparcimiento a una amplia zona de una ciudad a cambio de infraestructura? ¿Es justo destruir canchas, juegos y otras áreas de esparcimiento a cambio de un proyecto de supuesto beneficio general?

 

El dilema tiene solución. No me refiero a la cancelación del proyecto, con la que claramente simpatizo. Me refiero a que el proyecto pague lo que realmente debe pagar y no ser una solución a medias como las Autopistas Urbanas Norte, Sur y Poniente: respetar o ampliar banquetas, reponer varias veces las hectáreas de espacio público que destruirá, construir el Metrobús Pantitlán-Vaqueritos con carriles para servicio exprés, colocar barreras antirruido (no hay una sola en todo el país porque ni la Secretaría de Comunicaciones y Transportes ni los gobiernos locales saben que existen), instalar una ciclovía, facilitar los cruces entre ambos lados de la autopista, además de mitigar los demás daños causados.

 

Tal como está planteada, la Autopista Urbana Oriente será la contradicción real al discurso de Calle Completa que ha tomado el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera. Las calles deben construirse o mejorarse para todos los usuarios y no para uno solo (siempre y cuando las autopistas urbanas no sean el mecanismo para fondear campañas políticas, claro está).