Sin sorpresa alguna, para su quinto largometraje Sofía Coppola abreva del mismo pozo de siempre, regresando una vez más a los temas que le obsesionan: el hastío adolescente desde la cuna del privilegio, el culto por la fama y el desencanto ineludible al encontrarla u no obtenerla.

 

Basada en un artículo publicado en la revista Vanity Fair bajo el título The Suspects Wore Louboutins, The Bling Ring narra la historia real de un grupo de adolescentes de clase media alta de Los Ángeles, California, que se metían a robar en casas de actores y actrices famosos (Paris Hilton, Orlando Bloom, Megan Fox, entre otros) para llevarse sus artículos personales como bolsas, vestidos, relojes, joyas, gafas, ropa interior, zapatos y demás mercancía de marcas de lujo como Channel, Gucci, Cartier, Prada, Burberry, Dolce Gabbana, entre otras.

 

El modus operandi de esta banda de obsesos con la fama era una auténtica joya; primero, buscar chismes en sitios de internet -como TMZ, por ejemplo- para saber en qué parte del mundo se encontraba la víctima, ya sea filmando en Europa o en una gira promocional en Latinoamérica, mientras más lejos mejor; segundo, buscar en Google la dirección de su domicilio; tercero: abrir Google Maps para obtener una foto de la casa en cuestión. Una vez ahí es tan sencillo como brincar la reja, entrar con el rostro cubierto, buscar una puerta o ventana mal cerrada y voilà, “vámonos de compras”, como diría una de las chicas en la película.

 

Esta historia planteaba al menos dos grandes oportunidades, la primera: diseccionar ese culto a la fama que los mass media se han encargado de propagar, creando hordas de adolescentes y adultos hambrientos de un pedazo de reflector, un minuto en televisión, un canal en YouTube. Segundo, la oportunidad de adentrarse a ese mundo de exceso consumista, jugar al voyeur del cosmos que habitan los famosos y mostrarlos en su exceso más cotidiano: esos armarios sin fin donde salen cajones y más cajones con joyas, accesorios y vestidos; cantidades de ropa tal que jamás habría necesidad de portarla más de una vez en años. Coppola se queda corta en al menos la primera.

 

Con una despliegue visual tan sutil como logrado, su cinefotógrafo Harris Savides dicta con imágenes el cambio emocional de sus personajes: pasa de una temerosa cámara al hombro en los primeros robos para volverse más suave y estática, llegando hasta un plano abierto donde con un sólo encuadre vemos todo lo que sucede en la casa.

 

Pero Coppola no puede hacer mucho más; su evidente empatía hacia estos adolescentes le impide ser dura con ellos. Víctimas -pareciera decirnos la directora- de una sociedad que hace de la fama un alimento propio de canasta básica, Coppola se ve más acertada en su burla a esa “sociedad de la fama” que no se cansa de exhibirse en los medios pero encuentra sorpresivo que un grupo de púberes entren a sus casas para robarles la piel y vestirse con ella, cual maniático de película de horror (Silence of the Lambs, 1991).

 

La constante repetición de eventos -un robo, luego el que sigue, uno más- hace que perdamos el interés en los personajes. Acaso se salva Marc (Israel Broussad), único varón en la banda y por supuesto Emma Watson, terminando aquí de mandar al diablo la inocencia que su personaje en Harry Potter le exigía.

 

La empatía de la cineasta con sus “Ladrones de la Fama” es tal que se ve demasiado suave al momento de pasar facturas. Su castigo no sólo no parece lo suficientemente severo y consecuente sino que hasta pareciera resultan premiados: la tan anhelada fama llegará a sus vidas, incluso les filmarán una película.

 

Ladrones de la Fama (Dir. Sofia Coppola)

3 de 5 estrellas.

 

Con: Emma Watson, Israel Broussad, entre otros.