RÍO DE JANEIRO. El rígido conjunto de reglas que conforman el protocolo diplomático y eclesiástico al que rigurosamente se apegan los pontífices, cambió ayer cuando el papa Francisco emprendió su viaje a Brasil.

 

Lejos de sus antecesores, el pontífice abordó en Roma el Airbus 330 de Alitalia código AZ4000, bautizado con el nombre de Giovanni Battista Tiépolo, con un maletín negro en la mano izquierda, hecho inédito hasta entonces.

 

Enseguida llegó otro momento que rompió la rigidez a que están sometidos los jefes de Estado, cuando Francisco saludó, uno por uno, a los 70 periodistas que lo acompañan en este viaje. La acción le llevó al menos una hora de pie mientras bromeaba sobre su rechazo a las entrevistas y algunos atribuyeron a esa inusual cortesía que la aeronave saliera de Roma con 10 minutos de retraso.

 

En tanto, lejos de la sobriedad que caracteriza a los jefes de Estado, Jorge Mario Bergoglio explicó a su audiencia, a bordo del avión papal, su preocupación por el alto porcentaje de jóvenes sin trabajo.

 

De forma inusitada, el Papa se explayó y expresó: “Piensen que existe el riesgo de tener una generación sin trabajo. Y del trabajo viene la dignidad de la persona. La dignidad es ganarse el pan. En este momento, los jóvenes sufren especialmente la crisis. Y nos estamos acostumbrando a la cultura del descarte.

 

“Con los ancianos se hace demasiado a menudo. Pero también ahora con tantos jóvenes sin trabajo. Debemos eliminar esta costumbre de descartar. No. Debemos ir hacia la cultura de la inclusión, del encuentro. Tenemos que hacer un esfuerzo por llevar a todos a la sociedad. Este es el sentido que yo quiero dar a este encuentro con los jóvenes”.

 

Una vez en tierra brasileña, luego de salir de la Base Aérea de Galeao el vehículo del jefe de Estado de la Santa Sede fue detenido en su camino hacia el Palacio de Guanabra, sede del gobierno de Río de Janeiro.

 

Francisco había rechazado el uso del vehículo blindado denominado popularmente papamóvil y decidió hacer el trayecto en un auto pequeño, Fiat Idea, que fue detenido por los peregrinos que celebraban su arribo.

 

Ese fue, quizás, el punto álgido del arribo del Papa a Río de Janeiro. El conductor del auto había equivocado la ruta original y quedó en un camino estrecho rodeado por la multitud.

 

El Papa no mostraba su sorpresa ante ese momento de emergencia, mientras los agentes de la gendarmería vaticana rodeaban el vehículo para protegerlo en medio de grandes dificultades para apartarlo de la multitud.

 

Cuando la comitiva llegó al Palacio de Guanabra, el pontífice lo hizo a bordo de un helicóptero y 50 minutos después de lo programado. Una vez más, la rigurosa seguridad que rodeó a sus antecesores en el Vaticano y en sus giras internacionales, había cambiado.