Quince años han pasado desde que un descendiente de argelinos, y uno de armenios, y uno de neo caledonios, y uno de argentinos, y uno de portugueses, y varios de caribeños y africanos, dieran a la selección francesa su primera coronación en Copa del Mundo.

 

Sucedió en 1998 y, quizá para poner algo de justicia al tema, en el multicultural suburbio parisino de Saint Denis. Del otrora denominado equipe bleu, blanc et rouge,o sea, “equipo azul, blanco y rojo” como la bandera francesa, se pasó a la denominación black, blanc et beur: “negro” en inglés, “blanco” en francés y “beur”, que es una forma de llamar a los inmigrantes norteafricanos. Balón de por medio, toda ruptura social de la nueva Francia parecía sanada.

 

La novedad era la cantidad de elementos nacidos más allá de las fronteras, aunque fuera un fenómeno antiguo en el equipo de este país. Raymond Kopa, virtuoso mediocampista de los cincuenta, en realidad nació Kopaszewski y su padre llegó de Polonia en plena hambruna post Primera Guerra Mundial para buscar empleo en las minas de carbón; Just Fontaine, a la fecha poseedor del récord de más goles en un mundial al haber metido 13 en Suecia 58, nació en Marruecos y de madre española; Michel Platini es de abuelos italianos tanto por lado paterno como materno. A estos casos se añadían los de 1998, encabezados por el franco-argelino, Zinedine Zidane.

 

Ahora Francia vuelve a tener una generación dorada de futbolistas, con la que el sábado se consagró campeona mundial Sub 20. El arquero Alphonse Areola, héroe en la tanda de penales, es hijo de filipinos; el capitán Paul Pogba, quien a tan corta edad ya militó en Manchester United y brilla en la Juventus, es de padres guineanos y sus hermanos juegan para dicho país; idéntica situación de Geoffrey Kondogbia, pero con su hermano en la selección nacional de la República Centroafricana; Dmitri Foulquier pasó por selecciones menores de Islas Guadalupe, que en realidad no lo hace extranjero al ser éstas parte integral del territorio francés; Samuel Umtiti nació en Camerún y Mario Lemina en Gabón; otros ejemplos de ascendencia africana son Kurt Zouma (centroafricano), Yaya Sanogo (marfileño), Jean-Christophe Bahebeck y Axel Ngando (cameruneses) y Mouhamadou-Naby Sarr (senegalés).

 

Considerando la conformación actual de la población francesa y las minorías que se dedican con más ahínco a practicar deportes, algo lógico e inevitable; factor que no tiene por qué parecer bien o mal, salvo por un detalle del que ninguna culpa tienen tan brillantes jugadores: que revela un nivel de integración que no sucede tan felizmente en los demás –y mucho más relevantes- ámbitos.

 

En 1998 el mundo se creyó lo que veía sobre el césped del Stade de France de Saint Denis: la multicultural Francia ejemplificando su nivel de cohesión e integración como gran equipo de futbol. Cinco años más tarde y a pocas cuadras de ese escenario, los disturbios despertaban a muchos a la realidad: que el rencor de unos y racismo de otros, no ha terminado; que el camino es largo y no todos quieren transitarlo.

 

En este proceso de tener una selección multinacional, Alemania va una generación detrás, aunque con el fenómeno disparadísimo en la última década. Precisamente cuando apellidos como Özil, Khedira, Gómez, Boateng y Podolski, proyectaban eso en Sudáfrica 2010, la canciller Angela Merkel declaró que el modelo multicultural había fracasado y era necesario otro esquema para realmente integrarse.

 

Fracaso multicultural a cualquier escala, aunque con una excepción como quedó otra vez claro en el Mundial Sub 20 obtenido por la heterogénea Francia. Políticos de extrema derecha quejándose por ver “extranjeros” con su uniforme al margen, esa excepción es el futbol.

 

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