Unos meses antes de que La conjura de los necios recibiera el Pulitzer en 1981, el editor Jorge Herralde se encontró en un aeropuerto de Estados Unidos a una amiga, quien le recomendó el texto de John Kennedy Toole. “Es magnífico”, le dijo. Dos años antes, el escritor de la novela se había suicidado. Treinta y cuatro años después (el pasado domingo), a la revista semanal del periódico catalán La Vanguardia, el propio Herralde confesó que Kennedy Toole “era un autor desconocido y muerto, y los cadáveres son difíciles de promocionar”.

 

En efecto, de un conglomerado de piezas premonitorias, Jorge Herralde tuvo el olfato de apostar por la novela de un escritor invisible frente al espejo de la popularidad y anónimo frente al tour que todo best seller recorre entre pirámides y montañas de libros apilados en librerías.

 

El olfato editorial fue, hasta el nacimiento de Google, uno de los pocos complementos vinculados al azar. En julio de 2006, entrevisté a Jorge Herralde en el lobby de un hotel de la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México. El dueño de Anagrama me confesó que las finanzas de su editorial no se encontraban sanas hasta que publicó La conjura de los necios, el detonante del éxito de Anagrama. En 1982 publicó cuatro mil ejemplares y hasta 2013 se han publicado 80 reediciones.

 

Lo que sucedió después ya lo conocemos, Anagrama tiene un catálogo de escritores referentes en la literatura contemporánea y es una editorial inmune a las fusiones y adquisiciones que han conformado imperios anémicos de literatura.

 

Anagrama fue sueño para Herralde desde el día en que su padre, ingeniero, le heredó una fábrica. Perpetuarse entre fierros y grasa o articular una casa editorial progresista, inmune al franquismo y animadora del llamado desencanto (con la muerte de Franco) eran las dos opciones para Jorge. Claro, lo que en ese momento (1967-1968) le daba seguridad era continuar con la administración de la fábrica; el tema de la editorial era un sueño. Por fortuna, Jorge rompió el deseo de su padre y en 1969 fundó Anagrama.

 

La seducción de la literatura obsequia el premio intangible del placer de ser uno más de los protagonistas. En el caso de Anagrama: Highsmith, Houellebecq, Beigbeder, Magris, Bolaño, Nabokov, Copi, Saviano, Carrère y Reza, entre muchos otros, nos convencen con facilidad de ser uno más de los suyos.

 

Durante los primeros 10 años de vida, Anagrama sufrió secuestros de libros y procesos judiciales. Herralde reconoce que en aquella ápoca, paradójicamente, eran “más felices” porque acosaban al franquismo a través de la literatura. Se divertían. Lo triste de la época es que los militares acosaban a los escritores a punta de fusil. La creatividad nace en las cavernas de la decepción y no siempre en los jardines de lo sublime. Los rasgos progre de Anagrama son el basamento de su historia. La propia globalización se encuentra removiendo terrenos apropiados por conservadores. Pensemos en la tecnología y en la revolución en el consumo de la información. Assange y Snowden son hijos de un mundo llamado Google que se encuentra empotrado en el planeta Tierra.

 

En fin, en épocas de la crisis del euro, los papeles de Bárcenas, la caja de puros de Rajoy -con bono extra incluido-, el caso Nóos y los nubarrones sobre la Casa Real, los contratos millonarios de Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo, pero sobre todo, la deconstrucción de la confianza sobre los partidos políticos, son los temas que inspirarán a la nueva etapa de Anagrama cuando ya pertenezca a la editorial italiana Feltrinelli (2016), porque, en efecto, las adversidades son las armas de quienes tienen por hábito perfilar el pensamiento. Así lo hizo Jorge Herralde.