Muchas veces se juega no el partido que se quiere o se prefiere jugar, sino el que se tiene que jugar. Esta España normalmente elige: tocar de lado a lado, recuperar inmediatamente la pelota, ir mareando y sometiendo al rival y, finalmente, tras tanto paseo a bordo del balón, entrar a la portería rival.

 

Pero este jueves si algo eligió fue sobrevivir. Italia tenía dos precedentes inmediatos respecto a cómo jugar: en la primera ronda de la pasada Eurocopa fue más cercana a la tradición azzurra de saturar la media e imposibilitar el accionar enemigo: por poco lo ganó; en la final del mismo torneo, salió alegre a atacar y se fue goleado del estadio. Lo de esta semifinal de Confederaciones probablemente ha resultado intermedio, pero con mayor cercanía al más antiguo de los antecedentes.

 

España pasó largos minutos sobre el estadio Castelao sin ajustar su brújula. Para colmo, el calor era sofocante y las gradas habían decidido lanzarse a favor de los italianos. Resultado, una batalla épica en la que los dos pudieron anotar pero entre los postes y las grandes atajadas eso no sucedió casi por milagro en los 90 minutos.

 

Ya en los tiempos extra, con la mente del heroico Andrea Pirlo engarrotada y las piernas de muchos de sus compañeros acalambradas, España fue más, pero sin concretar. Como en muchas de las más grandes disputas en la historia de este deporte, la única resolución posible sería por conducto de los penales.

 

Cosa curiosa: estaban los dos más laureados porteros del planeta, mas vieron pasar 14 lanzamientos sin frenar la pelota. Sólo hubo definición cuando Leonardo Bonucci la voló y Jesús Navas respondió clavándola.

 

Paradojas del futbol: España, que ganó, se va del Castelao con mucho de susto; Italia, que perdió, se marcha más fortalecido que nunca.

 

Enorme el trabajo que está haciendo Cesare Prandelli con los azules. Inteligente. Fresco. Inspirador.

 

Enorme también lo que el liderazgo sereno y callado de Vicente del Bosque es capaz de conseguir con España. Le preguntaba unos días atrás por las dificultad de mantener la motivación en quienes ya todo lo han ganado. Me respondía sonriente y cálido, en ese estilo que tiene de hacer sentir familiar a quien le es ajeno: “Es demasiado fácil porque la vida de un futbolista es muy corta y deben aprovechar todo al máximo… Es por los jugadores… Por los jugadores… Mientras tengamos calidad, mientras tengamos espíritu competitivo, estaremos ahí”.

 

Que poseen elevadísima calidad, nadie se atreverá a debatirlo. Que mantienen espíritu competitivo, basta por ver algo de lo que pasó en la humedísima y ardiente Foraleza contra Italia, para elevarlo a paradigma irrefutable.

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