Tendrá que llegar un momento en el que quien siempre gana se canse de ganar, u olvide cómo se consigue el triunfo, o se pierda en laberintos existenciales de nuevos tiempos y ya no sea capaz de imponerse de forma permanente: que envejezca, se sacie, se oxide, se fastidie, o todas las anteriores y al mismo tiempo. Tendrá que llegar, pero aparentemente para España ese instante se sigue posponiendo.

 

El cuadro rojo ha superado la primera ronda de la Copa Confederaciones haciendo lo que como nadie hace: tocando, tocando, tocando. Aquí no hay sitio para ansiosos o impacientes. Aquí se parte de la premisa napoleónica de “vestidme despacio que llevo prisa”: precisamente porque hay necesidad imperativa de llegar a puerta rival, es porque se va paso a pasito y sin traicionar una esencia respetada con fe bizantina.

 

Curioso e irónico resulta escuchar a gente quejándose de esta forma de jugar, cuando la norma desde hace muchos años es que la ruta a la victoria radica en neutralizar al rival y a partir de forcejeos o peloteos alguna pelota se meta al arco. Curioso e irónico cuando estos muchachos se concentran en consentir la pelota e irla paseando hasta hallar clarividentemente algún hueco. Curioso e irónico que se aburran con esto quienes se han conformado con soporíferos y rácanos planteamientos.

 

Garantía no existe de que otra vez, como en las últimas dos Eurocopas y el último Mundial, se coronen; garantía sólo hay de que se apegarán a lo suyo.

 

Italia espera en semifinales y hambrienta de venganza tras la goleada que se llevó en la final de la pasada Euro. Mario Balotelli, probablemente sin saberlo, ha recurrido a una de las más inmortales frases de otro Mario que, como él, representó y definió a una Italia, Mario Puzo y su Padrino: “la venganza es un plato que sabe mejor cuando se sirve frío”.

 

Y por esa venganza van las huestes azzurri este jueves, un año después de la euro-afrenta. España, la que no pierde un cotejo oficial desde el 16 de junio del 2010, la que ha coleccionado más títulos en menos tiempos, la que ha sido capaz de cambiar la inercia mediocre y fatalista que arrastraba su futbol, va por otra.

 

Quizá ha llegado ya el momento de que el que siempre gana deje de ganar o por una vez no lo logre. Pero lo que estos no perderán es su fidelidad a toda una visión futbolera. Contrario a Italia que parece haberse reinventado y ahora juega tan distinto a lo que el manual del catenaccio antes dictaba. ¿Cómo era posible que una cultura que tanto gusta de presumir su bien vestir, su buen comer, su buen peinar y su bien vivir, se regodeara en su mal jugar? Sería la sombra futbolera de los Borgia, de maquiavélicos medios justificados por los fines, pero el italiano ha sido un cambio por demás agradecido y que pronto ha redituado.

 

Será una gran semifinal, tanto como la otra entre Brasil y su Coco uruguayo.

 

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