Emilio Lozoya Austin está convertido en el director general de Pemex más poderoso que ha existido desde Jorge Díaz Serrano.

 

Díaz Serrano había sido el último director de Pemex con acceso directo a la oficina presidencial. Este poder de picaporte se lo dio no sólo su estrecha amistad con el presidente José López Portillo y con su antecesor Luis Echeverría, lo que le hizo convertirse en un importante contratista de Pemex, sino también su cercanía empresarial con los petroleros texanos en auge, particularmente con la familia Bush.

 

Así que -como se dice coloquialmente- Díaz Serrano “cayó parado” en el gobierno de López Portillo como director de Pemex. Y su poder creció aún más cuando se convirtió en el artífice del boom petrolero mexicano de finales de los setenta, lo que abrigó su ambición para convertirse en un serio aspirante a la Presidencia de la República.

 

En las más de tres décadas transcurridas desde esos eventos, las circunstancias políticas han cambiado y los personajes también; pero llama la atención la actuación de Emilio Lozoya a contraluz de lo que fue Díaz Serrano.

 

Lozoya Austin -al igual que el actual canciller José Antonio Meade- fue formado para la administración pública. Economista y abogado con posgrado en Harvard, tuvo una carrera profesional inicialmente técnico-financiera, que luego fue virando hacia la gestión pública y a la política-política bajo la mano asesora de su padre, Emilio Lozoya Thalmann; un colaborador cercano del ex presidente Carlos Salinas de Gortari, de quien fuera secretario de Energía.

 

En todo caso, Emilio Lozoya ha seguido el patrón de desarrollo profesional de decenas de priistas que aspiran al poder público.

 

Si bien su cercanía e influencia hacia Enrique Peña Nieto fue labrada por sus propias habilidades a sus 39 años, detrás hay un buen trabajo de asesoría de su padre y la mano invisible de un ex presidente.

 

En los más de cinco meses al frente de la petrolera, cada una de las señales enviadas al interior de la empresa, cada decisión lanzada desde alguna conferencia de prensa o evento público y cada filtración a través de sus voceros, parece haber sido cuidadosamente estudiada previamente. En este tiempo su paso ha sido limpio; como sacado de un plan.

 

Su nombre crece a medida que se agigantan las expectativas sobre la gran transformación que se espera en la mayor empresa estatal del país. Incluso el secretario de Energía y ex presidente priista, Pedro Joaquín Coldwell -responsable formal de la reforma energética- se ha visto empequeñecido por el crecimiento del joven Lozoya en la construcción de “la madre de todas las reformas”. Lo que para Díaz Serrano fue el descubrimiento de las enormes reservas de petróleo, para Lozoya es la trascendental reforma de Pemex.

 

Por eso, el futuro político de Emilio Lozoya está atado al grado de éxito de la reforma a la petrolera. Si bien aún es temprano para saber qué pasará, es posible arriesgarse a pensar que el hijo del ex secretario de Energía con Salinas de Gortari no se quedará mucho tiempo después en Pemex, si el éxito corona a la reforma.

 

En todo caso, sería ésta su catapulta a alguna secretaría estratégica que le colocaría en la mira de los posibles sucesores del actual presidente priista. Para eso fue formado el joven Lozoya.