Alguna vez y no tanto tiempo atrás, una dinastía escocesa reinó sobre todos los británicos. Eran los Stewart o Stuart (en español Estuardo) que entre alianzas, carambolas y luchas de poder, terminaron por mudarse a Londres para desde ahí controlar el trono de esas islas.

 

Durante poco más de un siglo, los Estuardo rigieron a los ingleses, inconsciente de que, deporte mediante, retomarían cierto control sobre Inglaterra (y no a través del golf que tanto gustaba y tan bien jugaba su predecesora Mary Queen of Scots).

 

Ha sido con el futbol o más bien con su dirección técnica, que Escocia ha mandado. Con el perdón de sir Alf Ramsey, campeón del mundo en Inglaterra 66, o sir Bobby Robson, otro histórico del banquillo, han sido escoceses los más grandes entrenadores en la tierra que vio nacer al futbol moderno.

 

¿A qué voy con tal introducción? A que la tradición continuará toda vez que el sustituto del longevo sir Alex Ferguson en el Manchester United será el también nacido en Glasgow, David Moyes.

 

Dicen que lo que hace a los escoceses tan buenos líderes futbolísticos, es su sentido común, su comunicación frontal, su valentía para tomar decisiones, su mezcla de creativo humor con férrea disciplina, su capacidad para erigirse a veces padres a veces tiranos, su obstinación en insistir en que este juego no tiene nada de sobrenatural, sus dotes comunicativas superiores sin duda a las de sus vecinos ingleses a menudo atrapados en conflictos para convivir o relacionarse, su visión a largo plazo, sus orígenes humildes y pose poco pretensiosa.

 

Esta particular dinastía podría tener como patriarca a sir Matt Busby. Harry Gregg, a quien dirigiera en el United en los años sesenta, me describía así la gestión de Busby: “exactamente estas era sus palabras al equipo: ´de acuerdo muchachos, si no fueran lo suficientemente buenos no estarían aquí´, y entonces movía sus dos dedos y los colocaba sobre la mesa: ´recuerden: arriba juntos y abajo juntos, arriba juntos y abajo juntos… Ataquen con fuerza y defiendan con profundidad… Y que Dios los bendiga…´ Entonces se iba del cuarto”.

 

Busby fue partero de una de las más maravillosas camadas que el futbol haya visto, pero el desastre aéreo de 1958 –al que subsistió y en el que de hecho le salvó la vida Harry Gregg- quitó la vida a ocho jugadores. Entonces tuvo el temple para resucitar de las cenizas al United y no se retiró hasta hacerlo campeón de Europa con la delantera denominada la Trinidad: Bobby Charlton, Denis Law y George Best.

 

Busby provenía de una aldea minera y quedó impregnado de la austeridad de la Segunda Guerra Mundial, tal como Bill Shankly, otro escocés que a 60 kilómetros se erigió en esos mismos años en algo más que un líder para otro grande del balompié inglés: el Liverpool FC.

 

Shankly tenía una meta al margen de la elemental de ganar en la cancha. Se trataba de que sus pupilos entendieran y recordaran siempre a quién estaban representando, para quién estaban jugando. Alguna vez pidió al autobús del equipo parar a mitad de camino para que en plena carretera, sentados sobre la banqueta, sus infladas estrellas comieran algún fish and chips o sándwich: eran famosos y ricos, pero debían mantener presente la forma en que vivían quienes pagaban boletos para verlos jugar, no podían desapegarse de sus raíces. Nada de poner empleados del club para quitar el lodo de sus tachones: eso lo tenía que hacer cada jugador. Los uniformes, además, se lavaban una vez a la semana, pues Shankly recordaba que en las minas y fábricas no existen recursos para hacerlo más seguido.

 

Su legado es grande en títulos, pero mucho más en conceptos y, sobre todo, en pintorescas frases. Alguna vez que el Liverpool, que viste en rojo, fue aclamado por miles, declaró “el camarada Mao nunca ha visto una muestra más grande de fuerza roja”. A un delantero indeciso, “si no sabes qué hacer con el balón, sólo rebótalo contra las redes y discutimos las opciones después”. A algún elemento agresivo: “Tú, hijo, podrías armar disturbios en un cementerio”.  Y sobre el rival local: “Si el Everton jugara en mi jardín, cerraría las cortinas para no tener que verlos”.

 

En este listado también tiene que estar Jock Stein, aunque apenas haya dirigido en Inglaterra. Sin embargo, su impacto fue inmenso desde el Celtic escocés porque lo convirtió en el primer ganador británico de la Copa Europea de Campeones, como entonces se llamaba la Champions League. Tras su exitosísimo trabajo en el club católico de Glasgow, Stein tomó a la selección escocesa y fallecería al terminar un partido en plena sala médica del estadio. Su asistente era un visionario escocés que había dado al humilde Aberdeen títulos inimaginados: tres ligas y cuatro copas locales, además de una Recopa y una Supercopa europea. Alex Ferguson, su nombre.

 

Afectadísimo por la súbita muerte de su mentor, Fergie tomó el relevo en la selección y la trajo al Mundial de México 86. Pocos meses después, asumía el timón del Manchester United y desde entonces, trece ligas, cinco copas FA, cuatro copas de la liga, 10 Supercopas inglesas, 2 Champions League, una Recopa, una Intercontinental y un Mundial de Clubes, ahí ha seguido.

 

A partir del próximo verano, su sustituto será David Moyes, quien si algo comparte con los personajes aquí descritos, procedencia escocesa al margen, es su trabajo a largo plazo. Así como Busby dirigió al United durante 24 años, y Shankly al Liverpool por 15, y Stein al Celtic por 13, y Ferguson al United por 27, Moyes ha estado a cargo del Everton por 11 campañas.

 

Ha firmado por seis temporadas. Difícil dudar que no será fácil bajo la sombra de la era Ferguson. Difícil dudar que los cumplirá. En un oficio tan volátil que sus practicantes suelen decir “vivo con la maleta hecha por si me despiden”, estos escoceses son la aleccionadora excepción. Escoceses que desde el banquillo han reinado en el futbol inglés, tal como los Estuardo reinaron siglos atrás en Inglaterra.

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