Los datos duros acreditan el alcance Bimbo: la empresa de panificación dirigida por Daniel Servitje es la líder de su ramo en México, Latinoamérica y Estados Unidos, a la vez que tiene presencia en 19 países de América, Asia y Europa y cuenta con más de 100 marcas de prestigio.

 

Para comprender el poder de Grupo Bimbo, sin embargo,  lo mejor es recurrir a lo anecdótico. A Lorenzo y Roberto Servitje, fundadores de la empresa, les gustaba contar que a los camiones de su compañía, a diferencia de los de la competencia, casi nunca los asaltaban en zonas consideradas como peligrosas. La deferencia obedecía al cariño que todos sentían por sus marcas.

 

De las comunidades más atrasadas a las colonias más peligrosas de Monterrey y Distrito Federal, si existía una miscelánea, por pequeña que fuera, se podía contar con que habría productos Bimbo. Se sabe, además, que esos productos vendrían en un camión moderno y serían entregados por repartidores ataviados en uniformes impecables, quienes se manejarían con cortesía con la comunidad.

 

Bimbo ha operado como algo más que una compañía exitosa; se ha convertido en un referente de orden en el caos mexicano. Tal imagen es un logro impresionante: un triunfo indiscutible de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Eso explica la delirante fidelidad con la que los mexicanos buscan sus marcas en el extranjero: les recuerda a lo mejor de su hogar. ¿La RSE paga? Desde luego: Bimbo demuestra que es esencial, incluso.

 

Ahora bien, los Servitje no están exentos de sombras: desde la postura que asumió  hace algunos años con bloquear -vía retiro de publicidad-  algunos contenidos en medios que no correspondían con sus cuestionables criterios morales (remember Marcial Maciel!), a la militancia errática de Don Lorenzo en la política, sin obviar la filosofía conservadora que impregna a sus ejecutivos, Bimbo ha sucumbido a actitudes que lucen intolerantes para una sociedad cada vez más secularizada. Nobleza obliga: los puntos oscuros, palmarios y presentes (a tratar en futuras entregas), no cancelan los brillos. Por eso resulta preocupante -y tristemente reveladora- la información difundida la semana pasada en el sentido de que la organización delictiva denominada como Los Caballeros Templarios amaga con quemar camionetas de Bimbo, si éstas ingresan a Apatzingán, Michoacán, en las próximas semanas.

 

Entre las compañías aludidas no sólo está Bimbo, sino otras de alimentos, así como empresas gaseras y cableras, a quienes les ordenan no colocar sus productos en esa región que es disputada por Los Caballeros Templarios y grupos promovidos por el cártel Jalisco Nueva Generación.

 

El símbolo clave, empero, es Bimbo. “Se les pide de la manera más atenta que va a estar prohibido surtir de sus productos a los poblados de Buenavista, La Ruana y Tepalcatepec (…) Se les van a quemar todas las unidades si se les sorprende ir a dichas localidades mencionadas”, se lee en un volante difundido en redes sociales y varios medios.

 

He aquí un ejemplo de la importancia icónica de una organización: el ciudadano promedio quizá no repare en la frialdad del conteo de muertos en la guerra contra el narco, ¿pero romper con la lógica marca/consumidor que le asegura que el mundo cuenta con algún orden en medio del caos? Eso, sin duda, lo debe sumir en la incertidumbre. La composición del tejido social pasa por las marcas y el rol que juegan en la construcción de la identidad nacional. ¿O alguien lo cuestiona a estas alturas?

 

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