Tres semanas antes de que ocurriera uno de los peores desastres petroleros en la historia de Estados Unidos, el 31 de marzo de 2010, el presidente Barack Obama anunció los planes de su administración para iniciar perforaciones petrolíferas en alta mar a lo largo de las costas de su país, desde Virginia hasta Florida, terminando así con décadas de moratoria.

 

Con esto se pretendía reducir las importaciones de petróleo, generar ingresos por la venta de contratos de concesión en alta mar y lograr el apoyo político para una legislación integral en materia de energía y cambio climático.

 

Obama se enfrentaría a defensores del medio ambiente, que argumentaban que los volúmenes relativamente pequeños de petróleo que podrían obtenerse en las zonas de alta mar no compensarían los riesgos medioambientales.

 

No estaban equivocados. El 20 de abril del 2010 la plataforma Deep Horizon estalló en el momento en que extraía petróleo del pozo Macondo, por lo que millones de litros de crudo se vertieron directamente en aguas del Golfo de México, a unos 68 kilómetros al sureste de Venice, Luisiana. Era operada por la empresa Transocean bajo contrato con la petrolera BP (British Petroleum).

 

La explosión de esta plataforma, una de las que operaba en las regiones occidental y central del Golfo de México dejó además 11 trabajadores muertos y 16 más heridos.

 

Ocultando cifras

 

La magnitud del problema se reflejaba en ese enorme penacho submarino cuyas magnitudes fueron establecidas por investigadores de la Universidad de Georgia, como Samantha Joye. La ‘marea negra’ tenía 16 kilómetros de longitud, cinco de anchura y hasta 90 metros de grosor en algunos puntos.

 

La cifra sobre el petróleo derramado en el lecho marino fue manejada con discreción desde primer momento del accidente. Tanto el gobierno de Obama como British Petroleum minimizaban el filtrado de crudo que dejó daños irreversibles en comunidades del fondo marino.

 

Inicialmente BP informó que se vertían diariamente mil barriles de crudo; mientras que a finales de abril estimaciones del gobierno aumentaban la cifra a 5 mil, cifra que pronto fue rebatida por el oceanógrafo de la Universidad Estatal de Florida, Ian MacDonald, que calculó que el vertido por día podía ser “fácilmente cuatro o cinco veces” más que lo estimado por la administración de Obama.

 

Más adelante el Flow Rate Technical Group llegó a la conclusión de que en los primeros días del vertido salió diariamente una cantidad equivalente a los 62 mil barriles de crudo, la cual se fue reduciendo a los 53 mil al irse vaciando el pozo siniestrado, y alcanzando una cantidad equivalente a los 4.9 millones de barriles en el momento en el que el pozo fue sellado.

 

El grupo calculó que se recogieron en superficie el equivalente a 800 mil barriles. No obstante una estimación revisada por expertos, y publicada en la revista Science en octubre de 2010, precisó la cifra de los 4.9 millones en 4.4. Pero BP la rechazó desestimando la metodología empleada para la medición.

 

El saldo

 

A tres años de la marea negra, el impacto ambiental es irreversible. El frágil ecosistema de la zona, de las más importantes de EU en cuanto a pesca se refiere, se encuentra en serios problemas, además de que los estragos del accidente, “producto de la negligencia”, denunció Greenpeace; representan también una amenaza para la salud humana.

 

El saldo es alarmante: además de las 11 vidas humanas perdidas y un suicidio, el derrame dejó cientos de cadáveres de delfines y tortugas marinas varados, peces y mariscos sin ojos, pescado con altos niveles de contaminación, manchas de petróleo en el mar y varias personas gravemente enfermas.

 

Tan sólo, según expertos, la tasa de crías de delfinas varadas en la playa fue seis veces mayor a la media registrada durante enero y febrero de este año, y en total más de 650 delfines han sido hallados en la zona del derrame de crudo desde que comenzara el desastres, que representa cuatro veces más el promedio histórico.

 

Un estudio Impacto de la plataforma Deepwater Horizon en una comunidad de corales de aguas profundas en el Golfo de México, publicado en 2012 por Proceedings of the National Academy Sciences, revela que el daño causado por los hidrocarburos en los corales hacen que éstos presenten “signos de estrés de forma muy generalizada, incluyendo varios grados de pérdida de tejidos, alargamiento de los escleritos, exceso de producción mucosa, ofiuros (estrellas de mar) blanquecinos adheridos y una cobertura de un material marrón floculante”.

 

Por si esto no bastara, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, (NOAA por sus siglas en inglés), reportó:

 

8 mil 567 aves vivas y muertas que fueron recuperadas; de las cuales mil 423 fueron rehabilitadas y puestas en libertad.

 

613 tortugas marinas muertas. Se rescataron vivas 536; de ellas, 456 estaban visiblemente manchadas de crudo. El ochenta y ocho por ciento de éstos reptiles fueron liberados posteriormente.

 

153 mamíferos marinos muertos.

 

Información de Greenpeace indica que en la zona, hay numerosas especies en peligro por el crudo rezagado, incluido el atún de aleta azul, que se encuentra en estado crítico; cuatro especies de tortugas marinas y seis especies de ballenas, entre ellas rorcuales. Otros mamíferos marinos en riesgo son delfines, manatíes y nutrias de río.

 

Solución nociva

 

Expertos denunciaron además que los 68 millones de litros de producto químico dispersante para ‘limpiar’ las aguas del Golfo de México contaminadas por crudo, han consolidado el efecto tóxico para el desastre de la vida marina y la salud humana.

 

El dispersante, llamado Corexit, causó lo que científicos llaman “una tormenta gigante de nieve negra”, que en lugar de copos lleva consigo pequeños glóbulos de crudo, que han ido a parar por todo el océano y se han asentado en el fondo del mar.

 

William Sawyer, un toxicólogo estadunidense asegura que “el uso de dispersantes ha hecho que el petróleo sea más fácilmente absorbido a través de las branquias de los peces y pase a su torrente sanguíneo” y de ahí a la cadena alimenticia en el lecho marino.

 

Un médico de Luisiana, cuyas costas son de las más afectadas, ha documentado 133 casos de pacientes que se han enfermado luego de trabajar en las operaciones de limpieza del crudo.

 

“Trabajé durante 21 días en uno de los barcos que limpiaba el mar de petróleo y estuvimos expuestos directamente al Corexit en al menos tres ocasiones. Mi piel se llenó de quemaduras y comencé a tener problemas para respirar”, explicó Jorey Danos, uno de los pacientes del doctor Michael Robichaux.

 

“Aún continúo teniendo estos problemas casi tres años después”, añadió.

 

Hay registro de que un trabajador de BP, Allen Kruse, de 55 años de edad, abatido por las consecuencias del derrame en el Golfo, se suicidó con un disparo en la cabeza en la cabina de su barco.

 

Según reportes de prensa de EU, Kruse trabajaba desde junio de 2010 en las labores de limpieza. Amigos, familiares y funcionarios locales dijeron que su muerte es otra víctima trágica del desastre ambiental que ha vertido millones de litros de petróleo en las aguas.

 

Kruse era considerado un “novato”, pero había capitaneado barcos por 26 años. Familiares y amigos dicen que los efectos del vertido de petróleo lo devastaron. No dejó una nota, y amigos admitieron que nunca sospecharon que iba a hacer algo tan extremo.

 

Por todo esto, para la red de activistas Greenpeace “la era del petróleo ha llegado a su fin” y los gobiernos del mundo en lugar de seguir aprobando leyes que impulsan a las compañías petroleras, se “deben eliminar los subsidios a las industrias sucias como el carbón, las plantas nucleares y el petróleo”.

 

E tanto a BP, el pasado viernes 5 de abril, el juez federal de distrito de Estados Unidos, Carl Barbier ratificó un acuerdo que prevé que BP pague una indemnización a los individuos y negocios que fueron afectados con el derrame de crudo en el pozo Macondo. Para la cúpula empresarial el dinero es siempre la solución a los problemas y un método que ‘borra’ la memoria.

 

La naturaleza paga factura

 

El crudo vertido en el Golfo de México a partir del 20 de abril de 2010 es literalmente devorado por una red de microorganismos que se han movilizado para degradarlo.

 

Se trata de microbios, muchos de ellos descubiertos gracias a la investigación científica realizada tras el incidente, que rompen la cadena de moléculas que conforman al petróleo, una acción que ya era conocida pero ahora ha sido investigada con más detalle.

 

El trabajo fue realizado por Terry Hazen de la Universidad estadounidense de Tennessee, señaló un reporte de la BBC, que indica que la investigación ha girado en torno a los metanotrofos, cuya fuente energética es el metano.

 

El derrame generó una súbita liberación de metano, el cual hizo crecer la población de metanotrofos, los que degradaron el crudo y generaron un efecto de limpieza marina más allá del esperado, dijo Hazen.

 

El experto advirtió que si bien el Golfo de México estaba más limpio de lo esperado, los efectos del derrame a largo plazo aún esperan por ser cuantificados, ya que peces, bacterias, plancton y toda la vida marina estuvo nadando en petróleo.