No existe deportista al que se rinda mayor tributo anual que a este beisbolista.

 

Como cada 15 de abril, el pasado martes todos los jugadores y umpires en cada uno de los partidos disputados de Grandes Ligas, portaron el número 42. Ceremonia que evidencia el respeto a un personaje muy relevante para el béisbol como tal, ni duda cabe, pero mucho más trascendente todavía para la sociedad e historia contemporánea de los Estados Unidos.

 

¿Quién fue Jackie Robinson y por qué semejante pleitesía a ese dorsal 42 que, 15 de abril al margen, nadie puede utilizar en las Mayores?  Fue el primer beisbolista afroamericano en incursionar en Grandes Ligas y eso se dio específicamente en tal fecha de abril, con ese número a la espalda.

 

Hasta antes de Robinson existía una segregación racial beisbolera que nadie se molestaba o preocupaba por disimular. De hecho, por entonces operaba el certamen deportivo que aspira al nombre más desagradable en la historia del deporte: la Negro League Baseball fue el escenario en el que Jackie comenzó a impresionar con su gran capacidad, atrayendo la atención de empresarios y caza-talentos.

 

En 1947 el gobierno estadunidense se vio obligado a hacer concesiones a la comunidad negra como compensación por su heroica contribución durante la Segunda Guerra Mundial y, obviamente, resultaba más fácil permitirles jugar béisbol profesional que darles capacidad electoral. Si bien lo anterior los mantenía lejos de la política, no era una medida pequeña: implicaba dar acceso al segregado colectivo negro al deporte más tatuado al ideal estadunidense, al por muchos llamado America´s Sport.

 

No obstante, el mejor beisbolista de esa Negro League, ese hombre capaz de robarse sistemáticamente el home para cual bólido anotar carrera, era todo menos un tipo dócil; por lo contrario, el primer afroamericano en integrarse a la denominada Gran Carpa, tenía un temperamento indomable. En su servicio militar ya había padecido discriminaciones sin bajar jamás la mirada, sin dejar que se mancillara su dignidad. Cierta vez decidió no sentarse en los sitios del autobús destinados a negros y se le levantaron cargos por insubordinación e incluso alcoholismo. Ese patrón se repetiría en sus primeros meses como ligamayorista, con pitchers tirando a golpearlo, cátchers escupiendo hacia sus pies, rivales protestando por jugar contra él y aficionados lanzando al diamante gatos negros muertos.

 

Un par de años atrás tuve posibilidad de entrevistar en Nueva York a su hijo David, personaje de alrededor de 50 años y con tupida barba canosa, que pasa buena parte del año en países africanos como Tanzania.

 

Comenzó por relatar que la Fundación Jackie Robinson tiene por meta dar becas a estudiantes, precisamente porque su padre consideraba la educación el punto primordial para acabar con todo tipo de segregación y desigualdad. Entonces se refirió al legado de su célebre progenitor: “él impactó el desarrollo civil de nuestra sociedad… Fue lo más grande que dejó en su carrera como beisbolista… Hasta el final de su vida, porque murió joven, no paró… Era su manera… Por eso digo que hizo más que si hubiera vivido hasta los cien años. Como padre así era, disciplina para todo y eso nos exigía, aunque con pocas palabras… Era un hombre de muy pocas palabras”.

 

A David le tocaron momentos tensos en casa: “llamadas, cosas de ese tipo… Gente que no podía aceptar la barrera que él había tirado… A mí me encargaba que recibiera el correo y lo pusiera en orden… Parte de mi trabajo cada mañana era separar el correo malo, amenazas de muerte y cosas así, del correo serio… Ya ni me molestaba en avisar si llegaba una amenaza, sucedía seguido… Pero no le gustaba quejarse, no era su estilo… Sí repetía, y lo hizo hasta su muerte, que nos faltaba mucho por delante para una verdadera inclusión… Y no quería ningún privilegio, sólo igualdad, quería las mismas condiciones para todos”.

 

La trascendencia de Robinson puede ser entendida también al considerar que la revista Time lo incluyó en el listado de 100 personas más influyentes del siglo anterior. Don King, por ejemplo, me explicaba que el boxeador Joe Lewis y el propio Robinson hicieron más para acabar con el racismo que ningún político.

 

Cuando pregunté a la cantante Madonna si tenía deportistas predilectos, su respuesta fue pronta: “Me gustan las figuras deportivas que también se involucraron en cuestiones y aspectos políticos como Muhammad Alí, por ejemplo, quien rompió barreras para los afroamericanos. O Jackie Robinson también. Siempre es admirable cuando un atleta toma la posición de también reivindicar una iniciativa política para mejorar. Eso sí que es muy bueno… Ese es también el trabajo de una figura pública, Dios no sólo te dio el talento de ser un gran futbolista o deportista para que te limites a jugar futbol o lo que hagas. O el talento de escribir música sólo para que escribas música. Nos fueron dados esos talentos para reunir gente y darles un mensaje, crear conciencia”.

 

Y ese número 42 que todos los beisbolistas portaron el pasado martes en un tributo sin paralelo a los que se otorgan a leyendas de otros deportes, da también título a una película recién lanzada que trata sobre la vida de Jackie Robinson. Según los expertos, uno de los mejores peloteros de la historia, probablemente entre los mejores 30. Según los sociólogos e historiadores, mucho más que un deportista.

 

Paradójicamente, la comunidad negra vive alejada del béisbol a diferencia de lo que sucede en futbol americano, boxeo, atletismo o baloncesto, donde resultan mayoría. Un reporte elaborado por las Grandes Ligas revela que en este 2013, sólo ocho por ciento de los peloteros son afroamericanos.

 

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