Una de las imágenes de esta semana, a raíz de la muerte de Margaret Thatcher, fue la de un grupo de manifestantes, en el sur de Londres, con una gran manta “The bitch is dead”. La ex primera ministra no sólo tenía suficientes simpatizantes que la velaran, también dejó muchos recuerdos para festejar su partida.

 

La muerte de Thatcher implicó recuerdos en torno al neoliberalismo. Thatcher en el Parlamento británico atancando -por socialistas- las críticas de los laboristas. El dogma antisocialista iba por delante: ante el cuestionamiento de que 10% más pobre se había alejado de 10% más rico durante sus 11 años de gestión, la respuesta de la Dama de Hierro fue, palabras más palabras menos: Qué importa si la brecha entre ricos y pobres se abre, si la economía está creciendo, tal vez eso le preocupa porque usted es un socialista que quiere a todos iguales, prefiere que los más pobres sean más pobres.

 

Ese discurso en el Parlamento me resultó, a la vez, tan viejo, tan barato, como los discursos de los símbolos del neoliberalismo latinoamericano de los años 90, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem, Fernando Collor de Mello, Alberto Fujimori y, por supuesto, el amigo y contemporáneo en el poder de Margaret Thatcher, Augusto Pinochet. Números alegres que atacaban el dogma del socialismo con otro dogma, el del Estado ligero que no distorsiona tanto la economía, pero que apoya a los pobres mediante programas sociales.

 

Los años de Thatcher fueron de mayor delincuencia, inflación, desempleo, pobreza y desigualdad, pero implicaron también un Estado frío, que no se detiene ante el chantaje de sindicatos o nacionalistas. No hay un sentido social del Estado, de hecho, la sociedad es reconocida sólo como un mero conjunto de individuos y no como la cohesión que implica la interacción de esos individuos.

 

El estado neoliberal, representado por líderes como Thatcher, presumía ser un Estado sin dogmas, pero en sí antepuso el dogma del liberalismo económico, del Estado compacto, eficaz y eficiente, que a la vez se preocupa de los más pobres a través de programas sociales que reparan lo que el mercado no pudo lograr. A la luz del tiempo, está claro que Thatcher (y Ronald Reagan, Salinas, Menem, etcétera) era tanta ideología como las ideologías que combatía.

 

El gran aporte de Thatcher está en que al cuestionar al estatismo abre la puerta a que los dogmas del Estado se cuestionen, reveló la entelequia del Estado omnipresente con su propia entelequia. El Estado, ahora sí, debe actuar sin dogmas, sin suscribirse a la promesa de un mundo ideal, cualquiera que sea este.

 

@GoberRemes