Otra vez son el tipo de equipo al que cualquiera quisiera evitar. Otra vez son la poderosa legión que consuma remontadas imposibles, que resucita cuando todos la han dado por vencida. Otra vez son potencia en generación de talentos.

                El estado actual del balompié germano, ejemplarizado por los semifinalistas de Champions Bayern y Borussia, parece simplemente idóneo. Si comparamos el plantel que el seleccionador Joaquim Loew podrá convocar para Brasil 2014 con el que existía para la Copa del Mundo del 2002, la diferencia es abismal. Una década atrás, era la personalidad de Oliver Kahn y la capacidad de Michael Ballack más una serie de jugadores con oficio, disciplina y elevada entrega (y eso alcanzó para una final mundialista). Hoy, el listado de opciones es inmenso y luminoso en cada línea del campo. Sólo para la media punta, posición en la que el común de las selecciones improvisan al no poseer un verdadero creativo, los teutones tienen alternativas tan serias como Mesut Ozil, Mario Goetze y Toni Kroos, todos ellos en semifinales de Liga de Campeones con Madrid, Dortmund y Múnich, respectivamente.

                Dicen en Alemania que su nueva generación dorada ha llegado y esperan cambie tan mala racha: 23 años desde el último título mundial (en Italia 1990) y 17 desde la última Eurocopa conquistada (en Inglaterra 1996), parecen mucho para un sistema tan habituado al triunfo. Incluso a nivel de clubes y pese a la impresión que pudiera dar hoy el ver al Bayern Múnich borrando de la cancha al campeón italiano o al Borussia Dortmund con tan genial desempeño, apenas dos coronaciones en 30 ediciones de Champions League son poco para la Bundesliga.

 

Es importante mencionar que hubo un cambio de timón importante en el futbol de este país cuando percibieron que sus alineaciones se hacían veteranas, que habían dejado de surgir figuras que relevaran a los Lothar Matthaeus o Juergen Klinsmann, que ya no podían competir con las demás potencias, en definitiva, que su camino se había oxidado.

 

Se creó un esquema federativo que englobara a las mayores categorías de su balompié y obligara a todo equipo a tener una academia (o sea, una real estructura de fuerzas básicas). Al mismo tiempo, incrementaron las labores de capacitación de directores técnicos, la construcción de canchas y la búsqueda de prospectos adolescentes. Lo anterior generó un clima de mayor competencia al interior de los equipos, pero también un contagio permanente de excelencia.

 

Recuerdo que hacia el 2005, en plena crisis futbolística local, tuve una charla con el ahora director deportivo del Bayern Múnich y otrora capitán de la selección germana, Matthias Sammer. Me explicaba con preocupación que ciertas medidas urbanas habían dañado la creatividad del futbol alemán; señalaba que la prohibición para jugar en la calle podía ser positiva desde otros ángulos sociales, pero dañina para la formación de talentos; que se habían hecho muy rígidos, poco adaptables a circunstancias y ya no disfrutaban jugar futbol (ponía como ejemplo algo fácilmente constatable si visitabas un partidito entre niños en Múnich: más que sonrisas y gritos, ceños fruncidos y preocupación por no salirse de las normas). Las iniciativas tuvieron éxito y lograron sustituir la falta de “calle” por nuevas maneras de familiarizarse con el balón (por ejemplo, los “gallineros” que son canchas enjauladas a fin de que el balón no amenace a los coches, las cuales se colocaron en muchos barrios).

 

No obstante, creo que uno de los mayores pilares en este proceso de renacimiento del futbol teutón, al margen de sus medidas federativas, ha sido la pluralidad misma de la sociedad germana. Curioso que un par de años atrás la canciller Angela Merkel declaraba que el modelo multicultural estaba fracasando en su país, dado que ese mismo modelo indudablemente ha sido exitoso en el ámbito deportivo.

 

Hace ocho años, cuando viví en Alemania, el común de los descendientes de turcos sólo deseaban jugar para Turquía y se decían aficionados de Galatasaray o Besiktas, no de Bayern, Borussia o Hamburgo. Hoy el cambio es radical, con una mayor adaptación e integración futbol de por medio. Desde perspectivas sociales menos benévolas o cómodas, esos descendientes de gastarbeiter (inmigrantes que llegaron para trabajar) han añadido toques tanto de talento como de ambición al once teutón.

 

En el 2002 llamaba la atención que estuvieran el polaco Klose, el suizo Neuville y el ghanés Asamoah en la selección; sin embargo, pocos aclaraban que Klose nació en una minoría étnica germana dentro de Polonia, que Neuville era de padre alemán y que sólo Asamoah había sido producto de padres que llegaron por un mejor futuro a un sitio con el que no tenían vínculos culturales.

 

Hoy no terminaríamos si enumeramos a los futbolistas convocados por el seleccionador Loew que tienen raíces más allá de estas fronteras y ajenas a esta cultura. Europeos del Este, turcos, españoles, balcánicos, africanos del norte y también de abajo del Sahara, dan forma a un cuadro que intenta tomar lo mejor de cada rincón del planeta, pero sometido al rigor propio de Alemania. ¿Recuerdan la sorpresa que supuso ver a un negro vestido con uniforme de la deutsche mannschaft apenas en el 2002? Hoy, ya no es tema que intrigue o levante comentarios relacionados con tan complejo pasado porque esta selección refleja en su composición a la sociedad de la que proviene.

 

¿Alcanzará tanto plantel para que vuelvan a levantar la Copa del Mundo o Eurocopa? ¿Será suficiente para frenar en la Champions a Madrid y Barcelona? Está por verse… Pero podemos tener claro que el temible futbol alemán está de vuelta.

Twitter/albertolati

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