Esta historia merecía otro final. Algo distinto tras un sitio asfixiante, tras el atroz cerco al que sólo sobreviven verdaderos elegidos, tras el enésimo cúmulo de circunstancias adversas contra héroes renuentes a ser mártires.

 

El Málaga, a diferencia del común de los equipos que trasciende en la glamorosa Champions League, carece de tradición futbolera. Como algunos otros y como es moda, fue adquirido por capital proveniente del Golfo Pérsico, sólo que a diferencia de clubes en dicha circunstancia (pensemos en Paris Saint Germain o Manchester City), padeció el abandono del jeque antes presentado como benefactor.

 

Deudas millonarias con hacienda, futbolistas jugando sin cobrar sueldo, plantel disminuido al desprenderse a mitad de torneo de algunos baluartes, su director técnico atajando crisis que no le corresponden, la UEFA expulsando al equipo de la próxima temporada de certámenes europeos, los rivales demandando dinero no pagado por concepto de traspasos… Y el primo del emir de Catar que sólo aparecía para prometer pagos, hacerse unas cuantas fotos en noches de Champions y no cumplir sus promesas.

 

Sin embargo, este Málaga tenía una madera demasiado especial. Cuando el sorteo de los cuartos de final de la Champions le deparó como rival al poderoso Borussia Dortmund, pocos creyeron en él (así como pocos habían creído cuando clasificó a la Liga de Campeones, y cuando le tocó el Milán en su grupo, y cuando le esperaba el Oporto en los octavos). La ida contra el Dortmund, disputada en la andaluza Costa del Sol, fue ya un bombardeo inclemente contra su portería, pero el heroísmo defensivo emergió y de alguna manera (milagro no fue, porque existe demasiado talento y voluntad) el Málaga resistió el 0-0.

 

La vuelta tuvo una tónica diferente: los goles del Málaga contabilizaban doble y hasta en dos ocasiones estuvo arriba en el marcador. De hecho, llegó a los noventa minutos reglamentarios con pie y medio en semifinales por estar arriba 2-1. Parecía mero trámite soportar esos segundos sin recibir dos tantos; parecía mero trámite cuando tanto ya se había padecido (incluido el moroso jeque) y superado. Al primer minuto de compensación, cayó el empate a dos; instantes más tarde, entró el 3-2 que sepultó las ilusiones malagueñas.

 

Bien se sabe que los equipos alemanes han creado la futbolera del Sturm und Drang (“Tormenta y pasión”, como se denominó un movimiento artístico germano), especializados en remontadas imposibles, en resurrecciones al filo del cronómetro, en negarse a morir. Hoy el Dortmund se integró a dicho listado, aunque en el camino dejó vencido al más heroico Málaga que se pueda hallar.

 

El definitivo gol teutón fue en descarado fuera de juego, aunque también una anotación del conjunto español había sido en posición ilegal. Bajo esa tormenta de errores arbitrales, el jeque Abdullah al-Thani fue más puntual para declarar que lo que ha sido para pagar: “esto no es futbol, es racismo”, clamaba vía twitter.

 

El Euro-Málaga hasta aquí ha llegado. Doloroso caer de un humilde que dio lecciones de grandeza a los gigantes del continente. Con respeto al finísimo cuadro del Dortmund, esta historia merecía otro final.

 

@albertolati

 

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