No hablaré de futbol. No me referiré a otro golazo de Messi, a otra genialidad de Iniesta, a otro agrio debate entre barcelonistas y madridistas, a otro récord quebrado por éste, si acaso el plantel más exitoso y estético que se haya visto. Hablaré de la vida o, más bien, del futbol que es vida y esperanza.

Noche de sábado en la Ciudad Condal. Salta a calentar el defensa francés Eric Abidal. El Camp Nou de Barcelona entra en ebullición. Los aplausos tienen un corte diferente a los habituales que representan vítores y asombro; aquí hay más bien gratitud y sentimiento, algo de la emotividad que envuelve a los milagros. Lo menos relevante entonces es si Cesc Fábregas anota otro tanto, si el cuadro alternativo blaugrana suple cual calca al titular, si en las gradas algo nuevo se conoce sobre la rehabilitación de Lionel Messi, tan necesario para la vuelta de la Champions contra el Paris Saint Germain. Sólo importa verlo a él y agradecer, y valorar, y apreciar lo maravilloso que puede ser simplemente despertar con salud.

 

La última vez que vimos jugar futbol a Abidal fue más de un año atrás, en febrero del 2012, cuando se dio a conocer que todavía no estaba recuperado del cáncer de hígado y que esta vez era necesario un trasplante: el más helado cubetazo en medio de la euforia que suponía su reciente retorno a las canchas. Apenas en mayo del 2011 había sido asignado simbólico capitán para recibir el trofeo de la Champions League, toda vez que logró recuperarse de arduas sesiones médicas para llegar a esa noche de final europea… Pero el cáncer resurgió y suficiente ruego ya era que Abidal viviera, como para exigir volver a tenerlo sobre el césped.

 

Simultáneamente, el director técnico barcelonista, Tito Vilanova, vivía un caso parecido. Siendo todavía asistente de Pep Guardiola, comenzó su tratamiento contra el cáncer de garganta. Mismo caso, parecía haber ganado la batalla, mas el cáncer volvió y Tito tuvo que dejar el banquillo a mitad de este torneo para someterse a quimioterapia en Nueva York.

 

El sábado, contra el Mallorca, Tito ya estuvo dando indicaciones y Abidal disputando buenos minutos. Nunca hubo regresos más ansiados. Por ello semejante delirio cuando Eric salió a calentar, y cuando se vislumbró que ingresaría, y cuando sustituyó a Gerard Piqué, y cuando tocó cada balón.

 

Al final, un mensaje en la playera debajo del uniforme de Abidal: agradecimiento a su primo que le trasplantó un trozo de hígado y le ha permitido seguir con vida.

 

Aunque a veces la pasión ciegue, lo que pase en la cancha -se gane, pierda, empate- es lo de menos y, relativamente, importa un pepino. Como en nuestras respectivas rutinas: podemos tener éxito económico, algún fracaso laboral, discusiones burdas, obstáculos idiotas que comparativamente nada representan. Basta entonces con que llegue alguien como este francés de 33 años para ponernos la muestra, para recordarnos lo que vale, para ayudarnos a distinguir lo que es realmente maravilloso. Noche de gloria en el Camp Nou. Noche de gloria en el futbol. Noche de gloria y esperanza para todos.

@albertolati

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