China es la economía que más se ha desarrollado en las últimas dos décadas, pero el medio ambiente le está cobrando cuentas pendientes.

 

Datos aparecidos en las últimas semanas, publicados a cuentagotas por el gobierno de Pekín o como parte de estudios internacionales, indican que la contaminación ambiental provoca un millón 200 mil muertes anuales en el gigante asiático, y que los problemas ambientales cuestan el equivalente al 10% del producto interno bruto del país.

 

En los últimos meses, la comunidad científica ha comenzado a desgranar los hallazgos del Estudio sobre la Carga Global de Enfermedades, un trabajo elaborado por investigadores de todo el mundo (el Instituto de Enfermedades Respiratorias representó a México) y liderada por el Instituto para la Evaluación y la Medición de la Salud, en Washington DC, Estados Unidos. Uno de sus hallazgos es que China enfrenta un fenómeno similar al de muchos países en desarrollo, pero con un agravante, el de la contaminación.

 

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Igual que México, los hospitales y clínicas del gigante asiático reciben a menos enfermos de diarrea y otras enfermedades asociadas con la pobreza que hace veinte años, pero ven a cada vez más enfermos con padecimientos que se consideraban propios de países ricos, como los problemas cardiovasculares asociados con la poca ingesta de frutas y verduras o por comer con demasiada sal, o los problemas pulmonares causados por el tabaquismo.

 

Un dato, sin embargo, diferencia al país de la estrella y la bandera roja del resto de naciones. Ahí se mantiene el problema de la contaminación al interior de las casas, causada por el uso de estufas abiertas para cocinar, y ha crecido el de las partículas suspendidas. Éstas son la cuarta y la quinta causa de enfermedades en China.

 

En México, en cambio, ocupan el noveno y el trigésimo lugares, y nuestro país se comporta como todo país en desarrollo: nuestros principales problemas son causados por la obesidad y el exceso de glucosa en la sangre.

 

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Según afirmó esta semana Robert O’Keefe, vicepresidente del Instituto sobre los Efectos en la Salud, un centro de investigaciones estadunidense especializado en contaminación atmosférica, China tiene “la mayor tasa de muertes por esta causa en el mundo, y eso es un reflejo de los altísimos niveles de contaminación que hay en ese país hoy en día”.

 

El análisis realizado por ese instituto que es financiado por la Agencia Estadunidense para el Medio Ambiente (el equivalente de una secretaría ambiental) y por gran parte de las compañías automotrices del planeta, arrojó también que China pierde 25 millones de años saludables para su población por las partículas que respiran todos los días en las ciudades.

 

Con todo y lo grave, la cosa no hace sino empeorar para los habitantes de las megalópolis del país del dragón. Según datos hechos públicos este miércoles por la alcaldía de Pekín, los niveles de dos de los gases más dañinos para el hombre aumentaron en los últimos tres meses.

 

El diario chino The Economic Observer reporta que, según el director de la Oficina Municipal para la Protección Ambiental, Chen Tian, las emisiones de dióxido de nitrógeno y de partículas suspendidas crecieron 30% de enero a la fecha.

 

 

 

Impacto económico

 

Los problemas, además, no son sólo de salud. En su repaso de los hallazgos sobre el impacto de los problemas ambientales en China, los investigadores Li Chen, de la Universidad del Noroeste de China, y Shixiong Cao, de la Universidad Forestal de Pekín, describieron otra enorme gama de obstáculos y pérdidas causados por el daño a la naturaleza.

 

En una carta por aparecer en la revista Ingeniería Ecológica, la más respetada en la materia, afirman que solamente durante 2005, China perdió 200 mil millones de dólares, equivalentes al 10% del producto interno bruto, por la contaminación, y que ese mismo año se registraron en el país 51 mil conflictos entre víctimas del deterioro ambiental y causantes de daños ecológicos.

 

En algún momento, algunos tuvieron la esperanza de que, llegados a un punto, China dejaría de contaminar. Pensaban que le pasaría lo que a muchos países industrializados. Después de todo, Reino Unido y Alemania han reducido sustancialmente sus emisiones de dióxido de carbono en los últimos años, y hasta países en la periferia del primer mundo, como España y Portugal, tienen políticas ambientales ambiciosas.

 

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Ese patrón europeo es el llamado “de las curvas ambientales de Kuznets”. Según esta teoría, mientras crece la economía de un país, crece también su daño al medio ambiente, pero llegado un momento sus habitantes y autoridades adquieren consciencia ambiental o se ven obligados por la realidad a invertir en formas menos dañinas de producir y consumir.

 

Por desgracia, éste no fue el caso de China. En un análisis que está por publicarse en la revista académica Política Energética, una de las más prestigiosas en el tema, los investigadores chinos Ma-Lin Song, Wei Shang y Shu-Hong Wang afirman que no encontraron ninguna evidencia de que las provincias chinas mejoren su rendimiento ecológico conforme crecen económicamente. Al contrario, muchas de las áreas que más se han desarrollado están cada día más deterioradas.

 

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Con todo, la experiencia deja margen a la esperanza. El país asiático ya solucionó una crisis similar a la que hoy viven sus ciudades, pero causada por la deforestación. Para frenar la erosión que tapaba las presas y la contaminación que corroía las turbinas de las hidroeléctricas, el gobierno chino emprendió hace años el Programa de Reconversión de Pendientes. Gracias a él, si bien no se restauró el bosque natural, la superficie arbolada aumentó del 16% en 1990 al 22% en 2010, y las presas y turbinas volvieron a funcionar.

 

 

Si el gobierno chino no actúa con la misma premura que entonces, pasará otra generación acostumbrada a tener días en los que no ve a más de 200 metros de distancia y a toser de puro respirar, como ocurrió durante todo enero pasado en Pekín.

 

 

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